Me dice una amiga feminista, con toda razón, que por ella guai, pero que le sorprende que haya tenido que venir Íñigo Lomana ¡en 2016! a hacernos empezar a percibir el tamaño de la cipotudez y cuñadismo de extremocentro que infectan la literatura y el periodismo hispánicos. Touché. Nos pasa igual a los marxistas (y a los lectores de Orwell) con este ´concepto del año´ que anda ahora en boca de todos: la posverdad. Se lo andan disputando, de hecho, medios como The Nation, Grist o The Economist, que basan en él su postura ante el Brexit o la victoria de Donald Trump. Mirad, bonicos: las ideas de superestructura, alienación, neolengua o doblepensar dicen exactamente eso desde hace ciento cincuenta años. Así que bienvenida, posverdad. Ojalá hubieses estado aquí cuando, no sé, De Guindos anunció que el rescate bancario no nos costaría un euro, por ejemplo. O cuando nos garantizaron el soterramiento «en una tercera fase». Pero bienvenida, claro que sí.

Una vez vista, la política de la posverdad no puede ser desvista, por desgracia para uno de sus más conspicuos (y cipotudos) ministros: Rafael Hernando. Afirma este señor que a Rita Barberá (una mujer por cierto con casi setenta años, sobrepeso y malos hábitos) no la ha matado un infarto, sino ´las hienas´ que hemos osado criticar en Twitter el espeso manto de corrupción que la rodeaba. Añade para mayor infamia que el Partido Popular no la repudió para no contaminarse de ´sus cosillas´: caso Imelsa, caso Nóos, operación Taula, RitaLeaks y Gürtel (entre otras), sino «para protegerla» del linchamiento de la turba, jueces y fiscales incluidos. A continuación, en una carambola a doce bandas que tiene haciendo la ola en plan belieber a medio Gobierno norcoreano, introduce el portavoz del Grupo Parlamentario Popular la idea de que, para evitar futuras cazas de brujas, lo fetén es que los imputados no dimitan ya más, un poco como con esas leyes que impiden urbanizar suelos quemados.

Del «Queremos tanto a Rita» a «Salvar al soldado Pedro Antonio» en un solo golpe de genio digno del Señor Lobo. Más sospechoso eso sí, como dice María Von Touceda, que un bote de Nocilla Light. No creo que sea posible definir mejor la política de la posverdad que con esa imagen.

Puede que estemos ante un error de traducción al fin y al cabo. Si todo eso de la post-truth politics hacía referencia en el contexto anglosajón a la demagogia y manipulación de las campañas del Brexit y de Trump, la traslación a la Península no hace sino poner nombre a prácticas ya bastante asentadas entre los partidos del gobierno. Cada vez que sale un mandante a dictar qué es sensato y qué no, quién ha ´metido la pata´ y quién ´la mano´ (digan los jueces lo que digan), qué régimen es una dictadura populista y qué otro un socio comercial, qué es democracia y qué separatismo radical, puede que tengamos delante un ejemplar representante de la política de la posverdad. O un bote de Nocilla Light con patas, quién sabe ya.