Cuentan por ahí la historia de un vendedor de prensa que fue a cumplir el servicio militar y, cuando le preguntaron por su oficio, contestó que era «periodista». Lo destinaron, pues, a labores de papeleo, pero al comprobar sus profundas lagunas en redacción, gramática y ortografía, los mandos descubrieron su engaño, lo que le costó algunos días de arresto. No es el primero que se hace pasar por periodista sin serlo, pues de sobra es conocido el alto grado de intrusismo que ha sufrido históricamente esta profesión. Ahora, además, con la aparición de las redes sociales, todo el mundo lleva dentro un reportero, al igual que lleva un entrenador de fútbol, un estadista político y, sobre todo, un aleccionador moral. Los ´plumillas´ estamos más examinados que nunca y somos más criticados que nunca, lo cual no me parece mal, porque los ciudadanos tienen derecho a recibir información veraz y honesta, sin sesgos. Pero luego están los que confunden a los buenos periodistas con los que dicen/escriben lo que ellos quieren oír/leer, que son los que alientan y alimentan, cada vez más, a los periodistas de partido. Y eso me parece muy peligroso.