Hace décadas que se viene denunciando desde diversas asociaciones ecologistas, de empresarios y de vecinos la degradación que sufre el Mar Menor. Nadie en la administración (central o regional) parecía hacer nada serio para evitar la lenta muerte de una de las principales fuentes de ingresos por vía turística de la Comunidad. Desde La Manga hasta San Javier, la laguna salada recibe vertidos contaminantes de actividades urbanas y agrícolas en tal cantidad que es imposible que a sus aguas les dé tiempo a filtrarlos todos. Quién no ha visto peces muertos arrastrados hasta la playa o se ha bañado en la tan manida ´sopa verde´ alguna vez, quejándose de lo caliente y espesa que estaba el agua. Pues, después de tantos años de dejadez, se plantea un plan de choque similar al de La Albufera de Valencia o el Delta del Ebro con filtros naturales y un control exhaustivo de los vertidos. Todo muy idílico. Pues bien, el primer paso se da con el sellado de una tubería y los antidisturbios frenando las protestas de los agricultores. No parece el mejor comienzo, aunque muchos crean que así se quedará todo en un mal menor.