No suelo escribir segundas partes de mis artículos, salvo que sean específicos de un tema especializado y por espacio lo requiera, pero en esta ocasión me veo, disculpen, en la necesidad de hacerlo. Varios son los motivos; uno de ellos es el dar las gracias a todas las personas que han leído Humildad cultural (13/6) y la han comentado entre ellas y conmigo. El chivato de las redes sociales, sólo por este medio, me dice que en el momento que redacto estas líneas, 414 lectores han tenido a bien perder unos minutos de su tiempo para leerme. Pueden entender que para mí es una cifra sideral y me siento con un cierto agobio; esa es la cifra conocida a la que hay que sumar la desconocida. A todos muchas gracias.

Una segunda razón que me lanza a componer este escrito viene derivada de la cantidad de paisanos y menos paisanos que me han preguntado por la identidad de la persona a la que, presuntamente, va dedicado dicho artículo. Pues bien, decirles que no lo escribí pensando en nadie. De verdad no existe protagonista, en ningún momento le puse cara. Sé que la curiosidad es muy morbosa y, posiblemente, cada uno tenga en mente quien pudiera ser el destinatario de mis pensamientos en el supuesto de que lo fuere alguien.

La tercera razón es la más sorprendente: alrededor de una docena de amigos, enemigos, conocidos y desconocidos me han remitido correos arrogándose el personaje principal de dicha columna. Me han dicho, menos bonito, de todo? «Oye, que yo no tengo el ego subido», «que no me conoces lo suficiente para decir eso», «quién te ha dicho que reclamo tal o cual autoría», «quién eres tú para juzgar a nadie»? En fin de todo y algunas cosas más.

Esto me ha hecho pensar que pululan por la vida personas con mucha falta de cariño, con mucha falta de que alguien les dé una palmada cariñosa y les diga lo bien que lo hacen. Les lanzo un reto a los imaginariamente retratados: piensen y recapaciten por qué han llegado a esta situación hasta el punto de verse reflejados en unas palabras, quizás mal redactadas, que no tenían destinatario único ni fijo.

Me preocupa que personas muy diversas y desde destinos varios del suelo patrio hayan creído que me refería a ellas. Repito y reitero, por si alguien no lo cree, no tenía ni tengo modelo alguno; incluso, diría más, mi subconsciente me estaba aplicando lo que decía a mí mismo. A esta altura reitero mi máxima consideración y mi máximo respeto a todo aquel que se dedica a gestionar actividades culturales, tanto desde plataformas públicas como privadas. Tengan en cuenta que este reconocimiento nace desde lo más profundo de mí porque sé de primera mano lo que es dar forma y posteriormente gestionar alguna que otra cuestión relacionada con la cultura: presentaciones de autores, puesta en marcha de encuentros literarios, arranques de semanas de?, actividades musicales, proyecciones, eventos cinematográficos; en fin, todo lo que ustedes puedan imaginar. Dicho esto, también hay que dejar claro que no es lo mismo trabajar desde una institución pública que a pelo; los medios, y sobre todo las comunicaciones, no son ni parecidas. Esto no resta méritos a nadie.

Así que a todos los que se han dirigidos a mí les digo que les agradezco el que me consideren capaz de haber realizado un retrato robot tan 'preciso' que han saltado automáticamente, señalándose? yo, yo, yo. Pues lo dicho, ánimo y quien esté a vuestro lado os diga lo mucho que valéis y no avive la desazón echando más opiniones a las redes.

Todo lo dicho en Humildad cultural lo reafirmo: que el ego no nuble la vista ni la mente de nadie, que las redes sociales sean vehículos de información y se manejen en su justa medida, que todo lo que nace se desarrolla y el tiempo y las circunstancias indican cuando llega el relevo y hay que ver, con lágrimas en los ojos, incluso, y con el corazón henchido de satisfacción como otros toman la idea y con buen tino y talante la engrandecen.

Humildad. Nadie es imprescindible y todos somos contingentes.