Juro que para obtener el pase para entrar a ´La Última Cena´ de Da Vinci, en Milán, hay lista de espera de (mínimo) medio año. Otra cosa no lo sé, pero el templo de Santa Maria de la Grazie es lo que tiene, que alberga el Cenáculo y hay que verlo al menos una vez en la vida, aunque sea de veinte en veinte personas, aguardando meses, años si es menester. Son minucias si nos paramos en lo que compensa, en lo que simplemente es. Es ver belleza. Tan simple como eso. Es ver belleza y seguir acumulando recuerdos. Qué es la vida, al fin y al cabo, si no un no parar de ir recolectando recuerdos bonitos, que bien valen para sobrevivir a las rachas en las que, por X circunstancias, no se está viendo belleza. Unos podemos optar por guardar el recuerdo del Cenáculo, lo cual no significa que ver belleza esté limitado sólo a contemplar obras de arte de maestros. Ir a Italia está muy bien, pero se puede ver belleza sin salir de casa. En casa, en la cola del súper, en el trabajo, en un parque, incluso en un atasco, qué más da. Recibir el síndrome de Stendhal y dar gracias a los dioses por ello. O lo que viene siendo simple y llanamente valorar.