Las horas no duran, los minutos no llegan, los segundos no están? Tempus fugit, que dijo aquel filósofo de ayer y sabio de siempre? Y no es que el tiempo vuele, no, es que el tiempo no existe. Simplemente, no existe? Hace un siglo, Einstein lo demostró en su teoría de la relatividad, y puso su conocido ejemplo de los hermanos gemelos, conjugando la distancia y la velocidad. Dos niños de igual edad. Uno sube a un vehículo espacial que se desplaza a la velocidad de la luz, y el otro queda aquí, esperando a su hermano. Los años-luz del que viaja son mucho más cortos que los años terrestres del que queda, de modo que, cuando el primero regresa, aún es muy joven, mientras el que lo espera ya es un viejo. El tiempo ha pasado mucho más despacio aquí que viajando por el espacio. Luego el tiempo como tal, no existe. Eso es pura física.

Entonces? si el tiempo, como fenómeno, es elástico, y como concepto, relativo, ¿qué es lo que realmente mide nuestras existencias? Pues bien, yo voy a responder a esa pregunta con otra teoría, que, aún siendo mía, no por eso deja de ser teoría. Y la contestación es que son las vivencias, las experiencias, la vida, o más exactamente, lo que cada cual tiene necesidad de vivir. A ver si pudiera explicarlo? Si volvemos a los gemelos, uno ha vivido más que el otro, ergo es más viejo. Menuda perogrullada, mi brigada, exclamarán algunos. Pero, claro, yo me refiero a vivir la medida de nuestras experiencias, no al transcurso del espacio-tiempo, aunque también. Naturalmente, se pensará no sin lógica, pero es que lo uno es directamente proporcional a lo otro? O no, contestaré yo, con perdón.

Lo cierto es que nunca sabremos si el tiempo pasa por nosotros, o somos nosotros los que pasamos por el tiempo. Mejor dicho, nos lo inventamos, lo fabricamos, porque lo necesitamos para vivir nuestras experiencias. Es como la nata montada, como las matriuskas rusas, como una ilusión dentro de otra? Por eso mismo ese tiempo se ralentiza con las experiencias fatigosas y se acelera con las agradables? Pero, leches, eso es una ilusión, se me dirá. Pues sí, ¿qué he dicho yo? que el tiempo es una ilusión, ¿no? que no existe como tal. Por eso mismo aseguran estudiosos y científicos que, estadísticamente, está demostrado que las personas felices viven más que las personas desgraciadas. Quizá sea porque, al parecernos corta por la dicha, la alargamos y, por el contrario, al parecernos larga por el sufrimiento, la acortamos?

¡Claro, joer, es que todo es relativo, mira tú! Pues ya lo sé, eso digo, y ese fenómeno, que nosotros vemos tan lógico y normal, es la parte más cotidiana y doméstica de la famosa teoría de la relatividad con la que, hace cien años, Einstein revolucionó la física convencional y abrió el camino a la física quántica. Y en esas mismas estamos. Que hace apenas unos pocos meses que han descubierto lo que don Albert aventuró como el principio de todo lo creado, o, al menos, su sonido: las llamadas por él ondas gravitacionales. Un ruido de fondo del universo que comenzó hace 13.500 millones de años? de años terrestres, se entiende, estáticos, no en movimiento, porque, si así fuera, entonces a mayor velocidad menor tiempo, hasta llegar al mismísimo punto cero, al lugar, el momento y el origen de todo.

Y con esta aparente paradoja, valga la redundancia, volvemos al principio de este artículo. Si hace tantos miles de millones de años, ¿cómo es que oímos la música del principio de la creación como si estuviese sonando ahora? Pues por eso mismo, porque el tiempo no existe como lo vivimos. Porque el pasado y el futuro están pasando a la vez en un solo y único tiempo hecho de presente. De ahí que escuchemos lo que pasó ayer como si estuviese pasando hoy. Porque, en realidad, no ocurrió, sino que está ocurriendo?

Y conste que no he visto un solo capítulo del jodido Ministerio del Tiempo. El guión me parece muy bueno, pero los actores son muy malos. Malísimos. Y eso sí que no es relativo?

Viernes, 10,30 hh.: http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php