No existe transformación política sin transformación social. Es imposible. Salvo en los golpes de Estado y las dictaduras, la forma de hacer política viene dada por la actitud de la ciudadanía, no por sus políticos, ya que éstos son el reflejo directo de los propios ciudadanos. Cuando se quiere cambiar las maneras de hacer política, los votantes, la gente de a pie, las personas, los vecinos, han de cambiar sus propias maneras. No existe otra posibilidad ni jamás ha existido. Lo que pasa es que este pueblo es novato en democracia, y lerdo y cansino en entendederas, y no lo sabe, lo ignora casi todo de la democracia, cree que es votar cada cuatro años y dedicarse a las fiestas en los intermedios. Pero es no es democracia. Eso solo es mansocracia. Y de ello se aprovecha la partidocracia.

Me preguntan muchos conciudadanos de mi solar y roal que qué se puede hacer, que si merece la pena, que si va a cambiar algo? Y yo siempre digo lo mismo. Que hay que hacer (formar) opinión, y que claro que merece la pena, naturalmente que sí, y que, por supuesto, que eso cambia las cosas? Y que esas cosas y casos nunca, jamás, cambiarán, mientras nosotros no cambiemos nuestra forma de actuar, o mejor dicho, de no actuar. Lo que pasa es que no sabemos, o no queremos saber, que todo lo que debería preocuparnos es todo lo que nos afecta, y pueden ser tantas cosas que ni siquiera llegamos a pensarlo, o pensamos que no podemos abarcarlo. Mucho menos ocuparnos. Así, el que no se preocupa, tampoco se ocupa?

Pero todo nos afecta directamente. La política sanitaria, la educativa, la de nuestras pensiones, nuestra seguridad, el costo de la vida, la cesta de la compra, los impuestos desproporcionados, una justicia justa y cercana, nuestros derechos y nuestras obligaciones, y nuestras compensaciones, y? nuestras necesidades más domésticas: nuestro pueblo, su calidad de vida, sus costos de mantenimiento, su empleo, sus servicios, su atención y su desatención, su limpieza, su policía, su imagen, sus problemas y sus soluciones? o, como dice un buen amigo mío, lo que nos cuesta y lo que vale, que no siempre se corresponde lo uno con lo otro?

¿Y en todo esto podemos influir? me preguntan bastantes personas con la incredulidad en los ojos y el derrotismo en el alma. Contesto lo de siempre: debemos influir, estamos en nuestro derecho y en nuestra obligación de hacerlo. Lo que pasa es que a los que nos administran, a los que nos gobiernan, les interesa mucho hacernos creer todo lo contrario, y caemos en la trampa de nuestra propia falta de fe. Nuestros políticos han aprendido a practicar el régimen del Gran Hermano. El de «confía en mí, que yo me ocupo de todo, pero tú no interfieras. Tan solo, vótame». «Yo te daré fiestas, y te mantendré cómodamente entretenido en una pista de circo contínua, a cambio de que no intervengas».

Les va la paga en ello. Y es una gran, enorme, inmensa y sustanciosa paga. Tanto en dinero como en privilegios. Me da lo mismo un presidente(a), ministro(a), que un consejero(a), que un alcalde(sa). Dicen que los buenos consejos son gratis, desinteresados, pero en España nos salen caros, muy caros, por lo que, al ser tremendamente interesados 5.000 euros el cafelito, por ejemplo, no deben de ser nada buenos, salvo para los políticos, claro? Aquí, un servidor público, primero y ante todo, es servidor de sí mismo. Un gestor debe ser compensado, pero no dejar que él se compense a sí mismo, porque el pago suele convertirse en abuso?

Y es por este mantenido por interesado estado de cosas, el porqué en este país (menos en algunos pueblos del norte, a decir verdad) no conviene que el ciudadano participe en la toma de decisiones, ni influya, ni siquiera se forme, en una opinión real y cabal de todo lo que tan directamente le afecta. Mientras más se le mantenga amodorrado, mayor impunidad para obrar en consecuencia, y, por supuesto, a conveniencia. Sin embargo, saben que cuando se empiece a despertar de ese sopor inducido, nada podrá ni deberá ser igual, y todo comenzará a cambiar, mal que les pese? Por eso tienen dispuestas una serie de alternativas de fogueo para que sigamos jugando al palé mientras ellos siguen con sus negocios reales.

Llegados a este punto, alguno que otro me pregunta, aunque en realidad se lo está preguntando a sí mismo: ¿Y en todo esto podemos influir? me preguntan bastantes personas con la incredulidad en los ojos y el derrotismo en el alma. Contesto lo de siempre: debemos influir, estamos en nuestro derecho y en nuestra obligación de hacerloPues formándose e informándose, y formarse en círculos ciudadanos de opinión, alrededor de los cuales la ciudadanía se conciencie, se organice, se aglutine y pueda ejercer su influencia en las decisiones públicas que le atañen. No es nada difícil. Es tan sencillo que no somos capaces de creerlo, y al no creerlo tampoco somos capaces de crearlo. Pero es posible, y poderse, se puede. Solo hay que quererlo y ponerlo en marcha. Si en cada pueblo hubiese un círculo de opinión ciudadana podrían relacionarse, confederarse y organizarse, convertirse en una potentísima arma de participación ciudadana.

Los países de mayor calidad democrática los utilizaron, y los siguen usando. Es una herramienta tan deseable como aconsejable, pero solo es útil para las personas vivas, no para los zombies. Y, por supuesto, para la gente con inquietudes y responsabilidad en su espíritu. Los demás, sobran todos. Aunque luego, en realidad, todos faltemos porque todos fallemos?