Hasta el día 20 podrá visitarse la exposición de fotografía de María Manzanera en los Molinos del Río, en Murcia. La autora de esta colección tiene la mirada limpia, límpida, pura, diáfana, de luz de norte al atardecer del otoño. La delicia de la trasparencia virginal de su obra tiene un componente reivindicativo: cuidar de nuestro patrimonio, vigilar las construcciones de la huerta que caen en la ruina precisa para la demolición definitiva y la construcción en su lugar de unos aparentes dúplex con garaje; de ahí que el agradecimiento a su objetivo „el de su cámara y el de su intención„ sea múltiple; por un lado, el estético, por el otro la llamada de atención a quienes están obligados, moral y legalmente, a mantener en pie este acervo cultural arquitectónico insustituible en su pobre mortero de argamasa y tierra tostada.

María nos desafía a todos desde el objetivo de su cámara que no vacila en la denuncia. Ahí está, a la mano, cada construcción que es recipiente noble de la historia de ese lugar fecundo que es la huerta herida. Hay gentes, grupos, asociaciones que sin caer, por mi parte, en partidismos políticos, que sería fácil, apuestan por gastar sus miradas atentas en la conservación de nuestro patrimonio. De todo el patrimonio; escribiré del verdadero sentido patrimonial de una región, sin bienes de segunda y de primera clase, sin brazos caídos ante el peligro inminente de desidia.

Porque es nuestra condición muy generalizada la abulia, la apatía ante este o aquel acontecimiento. ´Cansera´ que cantaría Vicente Medina en versos borrables de nuestro carácter si no fueran tan de verdad, tan de nuestra paupérrima idiosincrasia.

María es frágil y, al mismo tiempo de hierro, pequeña, como un gorrión, como esos ruiseñores que cantaba Miguel que cantan «delante de los fusiles y en medio de las batallas»; ella fotografía, retrata, nos regala un aviso conmovedor del peligro que corremos y lo hace, además, sin arrinconar la belleza de las luces, de la atmósfera. Las fotos de María parecen de Velázquez adelantado unos siglos y adaptado a la tecnología del siglo XXI. No ha de pasar inadvertida su llamada, su mirada, su pregón hacia las huidizas intenciones de los capitales inversores.

La mochila de la fotógrafa Manzanera contiene un marcapasos existencial del corazón de la huerta, tan cansado, tan maltratado; curiosamente, en muchos casos, por quiénes han vivido de ella, de su leche maternal de agua y fruta. Pasen y vean ermitas que desaparecen, escudos que derraman una hidalguía agotada, casas torres que anuncian abandono. Pasen y vean lo que fuimos y que nunca volveremos a ser, ni aún conservando la dignidad del pasado. Gracias, María, por tu acento y tu poesía, no solo fotográfica.