Hay un intento feriante de atraer a los suecos a nuestra playas, por eso Murcia pide un sitio en la feria de Estocolmo; no quiere perderse el intento de atracción. Ya ocurrió en los 60 y 70. La Opinión decía hace unos días que en los ocho primeros meses de 2015 han viajado 22.240 turistas suecos, lo que representa un 22,7 % más que en el mismo periodo del pasado año. Y añadía que en los mercados internacionales de turismo «la delegación murciana distribuirá material promocional específico sobre turismo sénior, golf, enoturismo y turismo médico; y se entrevistará con los agentes de viajes y operadores de Suecia, así como con el director de la Oficina de Española en Estocolmo, Octavio González, para recabar información sobre el estado del mercado turístico sueco y las previsiones para el próximo año». Ese turismo de salud para los suecos de setenta años, aquéllos que en los 60 y 70 venían con sus bañadores ajustados y bikinis.

Fue cuando leímos Suecia infierno y paraíso, del italiano Enrico Altavilla; cuando supimos que una de los mayores índices de suicidio juvenil es el sueco (y se le echó la culpa al tiempo gris y sin sol de casi todo el año en aquellos lugares nórdicos; por eso vendíamos la costa del sol y la nuestra, la cálida). Este mes de octubre se venderá ese sol y el sistema nuestro de salud a los septuegenarios suecos. Pero el verdadero libro, tan leído y luego pasado al cine y muy bien acogido en Cannes, fue una historia de amor, un drama maravilloso de un autor entonces desconocido en Europa, Per Olof Ekstrom, que llevaba por título Bailó un sólo verano, editado en español en 1963. Aquellos 60 y los 70 fueron los años de una socialdemocracia que produjo un crecimiento económico espectacular y que aún perdura en muchos de los estímulos que se produjeron entonces. Olof Palme, primer ministro sueco entre 1969 y 1976, reelecto en 1982, fue el artífice de aquel empuje de estado del bienestar en Suecia.

Fueron las fechas de los suecos admirados y también de una España pobre y pedigüeña, la de Fraga bañándose con un Meyba más ancho que ajustado en Palomares después de que cuatro bombas nucleares norteamericanas volaran desde el cielo a territorio almeriense. Aquellas bombas, una de ellas aparecida después en las aguas gracias al pescador Paco Ors, ´Paco el de la Bomba´, dejaron la contaminación radiactiva en una de las zonas de las playas de Vera, Palomares, y muchas han sido las veces que los Gobiernos norteamericanos nos dijeron que descontaminarían y se llevarían la tierra afectada. Ahora, por enésima vez, vuelve la noticia: «Tan pronto como sea posible se llevarán las tierras de Palomares a EE UU».

Esa noticia une hoy a la España que busca levantarse su manera («que vienen los suecas») con la España pobre que recuerda a los años del Marshall. La del cine de Berlanga y Barden, la de la pandereta y el exilio que ahora sería el del peregrinaje intelectual (otra vez la pobreza a la espera del milagro); y España envuelta en Suecia, paraíso sin sol, y Palomares atómico; playa y salud en bikini y pan con queso amarillo y leche en polvo. Para no perder la marca.