Nunca terminaré de entender a las mujeres. Recuerdo una mañana que mi legítima llegó a casa sonriente: al parecer, un coche cargado de veinteañeros le había alegrado el día. Caminaba por la acera empujando el carro de la compra, los vaqueros ajustados y la melena alborotada, cuando por la ventanilla un joven le gritó: «¡¡Eres mayor, pero hay que ver lo buena que estás!!».

«¿No decías „le pregunté intentando indagar en la mente femenina„ que los piropos son un acto machista?». «Es que no es lo mismo „me respondió„ que un viejo mellado te suelte una grosería que levantar la pasión de todo un coche colmado de testosterona»... «Ah, bueno», respondí, haciendo un esfuerzo por entenderlo.