En estos días hemos podido ver en Murcia, en la Filmoteca Regional y en algún otro cine de la capital El mundo sigue€, la película rodada, dirigida e interpretada por Fernando Fernán Gómez en 1963, junto a un lucido reparto de actores sobresalientes de esa época de la cinematografía y el teatro español. El reestreno de este filme ha permitido tildar la película ahora, con razón, de maldita y considerarla una obra maestra. Hay quien ha dicho que se trata de una de las diez mejores películas de la historia del cine español. Acepto el criterio, pero no me gustan las clasificaciones. Es verdad que la obra se acerca a la maestría, por muchos motivos.

Demasiado talento el de Fernán Gómez para aquella España y su cultura. Es una suerte accidental por mi parte haber visto la película después „años después„ de haber leído las memorias del escritor, actor y cineasta. La obra es cruda, angustiosa, veraz, desalmada, dramática en su construcción y en el planteamiento. El argumento es la adaptación de una novela de Zunzunegui, un escritor no demasiado conocido. Fernán Gómez demuestra su acritud, su mal humor vitalicio y justificado; y unas dotes de cineasta exultantes para aquel tiempo que le tocó en la cronología cinematográfica. Los personajes (todos) principales y secundarios, destilan bilis, miseria vital, agónica supervivencia en la España que el director retrata, sudada en la vileza de los personajes. No sé qué me indigna más la virtud retorcida de una de los personajes centrales de la historia, o el realista retrato de su hermana „la prostituida„, la otra versión de la mujer española de aquel tránsito que resultó ineludible e inevitable, con sabor permanente a Chicote y Pasapoga.

La planificación del filme, el guión, es brillante con momentos estelares como lo de las dos secuencias de la escalera en la que los personajes la suben mientras media docena de planos relámpagos intercalados cuentan, en breves segundos, la procedencia vital de los protagonistas que golpean los escalones con vertiginosa acción dramática.

La gran ciudad, el Madrid de barrio que huele a bocadillos de calamares; la ciudad del suburbio y los niños en los solares al borde de lo barojiano, nos estremece en un discurso que algunos recordamos perfectamente aunque no fuesen los sufrimientos que cuenta la película los nuestros cercanos y palpables. La sociedad de la necesidad, de la búsqueda ansiosa y desquiciada de la suerte. El filme se alarga „quizá en exceso„ buscando una solución final que sorprende en su desenlace y que no estoy dispuesto, por respeto, a comentar.