Los horizontes son confusos. Unas veces el Sol y otras la Luna nos llevan por aspectos luminosos que confunden las distancias y hasta las ubicaciones donde decimos o pensamos estar. Como prueba más evidente de ello tenemos la mirada hasta donde nos alcanza la vista cuando estamos en la mar: la percepción es que se acaba, aunque en realidad sigue en engañosa curva. Por eso lo conveniente, cuando oteamos, es que nos coloquemos en distintos ángulos con el propósito de saber lo que observamos.

Mi amigo Juan Carlos García Domene me comenta que todo se ha vuelto muy complicado. Explica así, con su enorme corazón, lo que a menudo nos deja perplejos y no queremos calificar para dulcificar la situación o, cuando menos, para no empeorarla. Me parece bien, pero lo cierto es que, como se dice en La Misión, tenemos el mundo que estamos edificando en común, por acción o por omisión. Vienen, y es determinantemente verdad, momentos de cambio, que se producirán entre todos, y eso nos hace albergar esperanzas, fundadas ellas.

La etapa actual está caracterizada por la globalización surgida del uso de las tecnologías de la información. Todo está en hojas de ruta más o menos estudiadas que nos llevan por senderos que encauzan el saber y su interpretación. Hay una apariencia, por profusión, de conocimiento, pero no siempre captamos la realidad de las cosas: hilar entre sí los conceptos y la paralela experiencia son las bases para lo que podríamos llamar la sabiduría clásica. Además, ésta se halla conectada con valores que se palpan, o deben, de la noche de la mañana, en el sentido de su interiorización.

Antes teníamos tiempo de conocer a los demás. Ahora con técnicas de relatos supuestamente cercanos y cotidianos nos acercamos a personas que son como las caracterizamos por y a través de las redes sociales o por la convergencia de los medios tradicionales y los más emergentes. No es fácil dar con la verdad, fundamentalmente porque sabemos que ésta es huidiza y relativa. La saturación produce desinformación.

Por ello, por la expansión de numerosas veredas y nichos, cada cual debe llevar su preciso itinerario, en la medida que pueda, con valores de conservación propia y, asimismo, de los otros. Vivimos en comandita, y eso supone reglas de juego que se han de basar en el respeto y en la justicia, en la equidad y en las oportunidades para todos. La entrega, el altruismo, el amor y la capacidad de cooperación han de reinar en toda sociedad que se precie, si se pondera oportunamente, claro.

No podemos engañarnos, y menos con medias verdades. Tampoco es bueno que nos movamos valorando a diestro y siniestro sin conocer todas las caras de determinados eventos. Términos como honor y gracias han de utilizarse con el corazón en la mano, y también haciendo que el perdón nos permita nuevas elecciones y ocasiones.

No podremos evitar, sin embargo, que de vez en cuando alguien venga y nos explique cosas sobre nuestra realidad, sobre lo que somos, acerca de lo que hemos desarrollado. A veces, curiosamente, parecen saber tanto como nosotros mismos de nuestras historias, y opinan dándole una calificación en relación a lo que consideran ajustado. No hay problema: la libertad de opinión, si no difaman, por encima de todo. Lo que ocurre es que descubren sus cartas, cuando dicen de ti lo que tú nunca has reseñado tan siquiera. Su estructura profunda les traiciona. La parte buena es que, una vez más, podemos soltar lastre y dejarlos atrás. Nos hacen un favor con sus confesiones.

Indudablemente, cada cual ha de llevar adelante su camino, a menudo arriesgando, otras sopesando los pros y los contras, siempre valorando y formándose las mejores ideas y obteniendo las informaciones que nos puedan procurar fermentar hasta el porvenir más hermoso. Este panorama es maravilloso.

La autonomía es la base de la felicidad. Esta independencia ha de venir del aprendizaje, de mantener las distancias para no romper la vida de los otros y para que los otros no fracturen la nuestra. La virtud puede venir de la mesura, a menudo de la prudencia, en todo caso del cálculo objetivo y subjetivo de los estadios por los que pasamos.

Como consejo, y soy poco dado a ellos, intentemos cada uno hallar nuestra vía, sin interferencias extrañas, sin prisas, pero sin pausas, siendo obstinados incluso, avanzando, no retrocediendo, mejorando, y sin hacer daño a nadie. Los ruidos que tengamos que soportar forman parte del paisanaje, pero no dejemos que nos devoren y nos filtren.

La paz y la felicidad son consecuencia de la justicia. El trío se ha de fraguar con uno mismo. Andar por los trayectos de otros y ver sus recorridos en vez de fijarnos en los propios, así como las odiosas comparativas, son síntomas de enfermedad, y ya sabemos que lo patológico, por su etimología, no es bueno. No olvidemos que los resultados existenciales penden, en buena parte, de nosotros.