abitualmente se tiene tendencia a decir, por aquellos que defienden el derecho a usarlo, que las mujeres musulmanas se ponen el velo (entendido aquí como cualquiera de las variantes para cubrirse, desde el alegre pañuelito de colores hasta el burka) porque quieren.

Y que si ellas quieren, sea por motivos religiosos, sea por cultura, sea por costumbre, o sea por lo que ellas decidan, nadie es el Estado para impedírselo. El razonamiento se suele acompañar de la habitual apelación a que nos encontramos ante un conflicto de tipo cultural que se resumiría en una sencilla pregunta: ¿quiénes somos los occidentales para decirle a un miembro de otra cultura que renuncie a un elemento de la suya y se someta a la nuestra?

La idea de fondo sería bien sencilla: pedirle a una mujer musulmana que se quite el velo no es otra cosa que una petición injusta, pues es contraria a su voluntad, y motivada por un prejuicio: la presunción occidental de que nuestra cultura es superior a cualquier otra. Luego a la mujer musulmana ha de dejársele llevar velo en primer lugar porque ella quiere y en segundo lugar porque ninguna cultura tiene derecho a considerarse mejor que otra.

Yo no estoy de acuerdo. Considero que no debe permitirse a ninguna mujer llevar el velo musulmán, en cualquiera de sus variantes. Y pienso así precisamente porque no concuerdo con ninguna de las dos razones argüidas por aquellos que están a favor.

En primer lugar, no me parece que la mera voluntad de una mujer de cubrir su cabeza o su cuerpo entero sea motivo suficiente para que el Estado le permita hacerlo. Tampoco el Estado permite a nadie arrancarse el corazón, si el Estado puede evitar que lo haga. Y no lo permite porque los derechos no son entes aislados y sin relación entre sí, sino que, muy por el contrario, tienen gran tendencia a entrar en conflicto unos con otros resultando necesario ponderarlos y ver cuál es el más valioso y que debe ser protegido y priorizado.

La vida y la integridad física se imponen a cualquier otro, así que por más que yo decida vender mi corazón, pues no puedo, porque dicha decisión terminaría con mi vida. Al ponerse un velo o un burka una mujer musulmana está sacrificando su derecho a la igualdad en favor a su derecho a la libertad religiosa.

Sacrifica su derecho a la igualdad pues no se pone el velo porque su religión se lo obligue a todos sus miembros, sino específicamente a las mujeres por el hecho de ser mujeres, luego dicha religión la coloca en una situación distinta a la de los hombres no por ningún motivo objetivo (salvo que considerar que tu cuerpo es sucio, pecaminoso y dese ser ocultado se considere que es un motivo objetivo), sino por un punto de vista religioso. El problema es que ese punto de vista religioso atenta manifiestamente contra el derecho a la igualdad. No creo que la libertad religiosa pueda imponerse nunca a la igualdad. En ningún caso. Bajo ninguna circunstancia.

En segundo lugar, se apela a la igualdad entre culturas y a la falta de legitimidad que tiene la occidental para tratar de imponerse a la musulmana en esta cuestión. El problema es que este no es un tema cultural. Es un tema en primer lugar jurídico y en segundo lugar de razón. Es jurídico porque aquí no se debate entre si tal o cual cultura es mejor o peor, sino sobre si cumplir la ley o no cumplirla.

Y el espíritu del derecho a la igualdad, regulado en nuestra Constitución, su contenido esencial, dudo que nadie mínimamente en sus cabales pueda considerar que es compatible con que unas personas tengan que taparse y otras no por el hecho de haber dado la casualidad de que nacieron teniendo un sexo y no otro.

Luego permitir llevar velo es una vulneración de la Constitución. Si una determinada ley permite el velo o si un determinado juez lo tolera, lo que habría que preguntarles es por qué consideran que la libertad religiosa puede imponerse a la igualdad, cuando nada en la Constitución así parece darlo a entender.

Es igualmente un tema de razón, porque no es que la cultura occidental sea superior a la musulmana (si es que es posible plantear ambas culturas como sujetos separados, estancos y sin relación alguna, como si en vez de dos ramas del mismo árbol, fueran dos planetas separados por millones de kilómetros), sino que simplemente en Occidente se produjo hace ya varios siglos una separación clara entre fe y razón, entre religión y Estado que en el mundo musulmán aún no se ha producido.

Eso no nos hace mejores por el hecho de ser nosotros, pero sí que hace (al menos, desde mi punto de vista) mejores nuestras reglas de convivencia. Porque nuestras leyes no se basan en la fe, que no deja de ser otra cosa sino la creencia ciega en lo que otra persona a la que no soporta ningún argumento nos diga, sino que se basan si no en la razón, sí en el intento de la razón, esto es, en el intento de que dichas leyes se motiven por lo que objetivamente se considera lo mejor.

En el fondo, la cuestión es sencilla: Europa lleva siglos peleándose consigo misma para que los grupos discriminados sean tratados de igual forma que los privilegiados. ¿Estamos dispuestos a dar un paso atrás en tan dolorosa evolución porque un señor que viene de un mundo que se quedó en la Edad Media nos dice que su forma de pensar es tan digna de respeto como la nuestra?

No todas las formas de pensar son igual de respetables. Cualquiera tiene derecho a pensar lo que quiera y a decírselo a los demás. Otra cosa es ponerlo en práctica. ¿O acaso le gustaría a usted ver a su hija cubierta por un burka lo deseé su marido, ella o el mismísimo Dios?