Sus amigos le llamaban il Maquia. Y pueden creerme, nunca encontrarán a nadie que se haya tomado más en serio el fenómeno de la corrupción. Para los tiempos que corren, esto debería ejercer sobre nosotros un reclamo irresistible. Pero quizás lo que más nos atraiga no sea su seriedad, sino que a pesar de hablar tan seriamente sobre cosas tan graves, nunca perdiera la sonrisa de la boca. Era, como nos cuenta uno de sus mejores biógrafos, la insobornable sonrisa de Maquiavelo, una actitud existencial que no debe quedar muy lejos de eso que nos caracteriza a los españoles al menos desde los tiempos del Lazarillo. El pueblo, anegado por la miseria, tuvo la sabiduría de encontrar en la irreverencia el último reducto de su dignidad. Así que era de esperar que nuestro mayo, frente al tono melodramático de algunos eslóganes de su homónimo francés, acuñara una frase mucho más burlona, y puede que precisamente por ello, más radical: «No hay pan para tanto chorizo».

Aquí, la realidad casi desborda la metáfora. Porque según el último informe sobre la infancia en España elaborado por UNICEF la tasa de pobreza infantil se sitúa en la Región de Murcia en un 37,7%. Prácticamente lo mismo que indica, para el conjunto de los murcianos, la tasa AROPE, que mide el riesgo de pobreza y exclusión social: un 36,9%, siete puntos más que al inicio de la crisis, y nueve puntos por encima de la media nacional. De manera que podríamos decir, en un sentido escasamente metafórico, que casi un 40% de los murcianos se levanta por las mañanas angustiado pensando en el pan de sus hijos, al mismo tiempo que los medios de comunicación no dejan de recordarle que su angustia se cuece entre los chorizos de la descomunal olla murciana.

Describamos el cuadro. Suena el despertador. El alcalde de Murcia es imputado por el 'caso Umbra'. «Qué vergüenza», pensamos mientras nos metemos debajo de la ducha. Y entonces, cuando en lugar de agua empiezan a llover imputaciones, nos damos cuenta de que esto es solo el principio: caen quince desde Librilla por el 'caso Biblioteca', cinco desde el Gobierno regional por el 'caso Zerrichera', y catorce desde el ayuntamiento de Aledo y las consejerías de Presidencia y Sanidad por una trama cuyo objetivo era amañar concursos públicos. Salimos espantados de la ducha, a tiempo de escuchar por la radio la noticia de las once condenas del 'caso Tótem'. Vaya por Dios. Ni La Santa de Totana puede salvarnos. Pero la vida sigue. Y también las imputaciones.

Mientras preparamos el desayuno de los niños, el 'caso Novo Carthago' añade a la lista al consejero de Agricultura, al exconsejero de Medio Ambiente, al delegado del Gobierno, a varios directores generales y a la alcaldesa de Cartagena. Mejor apagar la radio, que los críos pueden malearse. Así que momentos después nos encontramos en la calle camino del trabajo, o de lo que queda de él, o de la oficina del paro, o del polígono industrial donde acudimos cada mañana con una de las mil copias de nuestro currículo, cuando de repente tenemos que ponernos a driblar como Messi con la pelota para esquivar a los veintiún imputados del 'caso Barraca' que nos salen al paso desde la Gerencia de Urbanismo del ayuntamiento de Murcia, o a los del 'caso Camelot', que aparecen con los colores de Torre Pacheco y Fuente Álamo. Cuidado: por Caravaca llegan los del equipo del 'caso Roblecillo'. Por el Guadalentín, los de 'Limusa'. Por Campos del Río, los temibles regateadores de 'Trampolín'. Y no te dejes engañar por los del 'caso Ninette'. A pesar del nombre, juegan tan sucio como los demás.

Alcaldes, consejeros, delegados del Gobierno, altos cargos de la Administración regional, decenas de técnicos municipales y regionales, y un sinfín de promotores y empresarios, se nos revuelven con nuestra angustia por el futuro de nuestros hijos. Y es entonces, con el hartazgo colmando nuestra copa, cuando sentimos que nos sale del corazón, con una certeza y claridad meridiana, la frase que aprendimos en las plazas de mayo: «No hay pan para tanto chorizo».

Maquiavelo decía que «siempre es mejor obrar y arrepentirse que no obrar y arrepentirse». Lo decía con una intención republicana, porque la naturaleza humana es, como todas las cosas, corruptible, pero la misión del Príncipe nuevo no es gobernar la corrupción, sino aprovechar los medios a su alcance para crear las condiciones democráticas que permitan superarla y recuperar la vida política. Pero háblele usted a los prebostes murcianos de Maquiavelo. Expertos en vulgarizarlo todo, donde ponía 'obrar' leyeron 'robar', de manera que lo que interpretaron fue: «Siempre es mejor robar y arrepentirse que no robar y arrepentirse». ¡Ah, querido lector! Le veo sonreír. Pero no se sienta culpable. Es la sonrisa de Maquiavelo. Él también conoció tiempos sombríos. Y días en los que como hoy, el cambio en algunos Ayuntamientos y el cerco de la Justicia a la trama de la corrupción nos permiten soñar con un futuro distinto. El poder lo puede casi todo, salvo destruir a un enemigo que ríe.