Los murcianos no hemos llegado a entender muy bien su significado, el añadido a que sea un día de fiesta, de descanso. Nuestro espíritu ´nacionalista´, por suerte o no, no va más allá de sentirnos de Murcia, mediterráneos; un tanto arrinconados, sedientos de todos los frutos del Estado y de la lluvia, cultivando los nuestros propios con grandeza. Privilegiados por el clima. ¿Sintieron quÉ noche la de anoche? Templada, sofisticada, amable, dulce, para brindar y amar.

La Murcia entrevista de los sentidos, más de cinco, cinco mil al menos. No he contado los años „ni siquiera eso„ que vivimos la autonomía, perdido en las otras contabilidades: dos reyes, un dictador y siete papas; recordando a medias tintas a poetas, plásticos y raíces que nos identifican. Poco más de la ceremonia institucional en la Asamblea. Muy poco más. Si España es diferente „sólo hay que mirar los últimos grandes acontecimientos de su Corona„; Murcia también lo es dentro de las condiciones de todo el país. Y no sé si es bueno o es malo, tampoco yo lo tengo claro a la hora de echar de menos el enaltecimiento de nuestra tierra, su valoración, la buena mafia de lo nuestro que nunca defendemos con la intransigencia necesaria. Debiéramos ser feroces en esto y levantar nuestra copa por nosotros mismos.

Murcia, placer para los ojos, sabe bien de nuestra riqueza; el bebedor civilizado, que durante unos segundos efímeros concentró todas sus posibilidades, su angustia y sus deseos de goce ante una copa mediada con vino tinto y cogida por el tallo, ahora la transporta parsimoniosamente a la altura de sus ojos. ´Tierra con ángel´, hermoso reclamo publicitario que viene del barroco y viaja a través de la gubia de Salzillo, a la adolescencia angelical más esplendente. Envidiable del resto de las geografías del mundo.

Un brindis. Pero, un alto leve: la tradición, canija, según la cual sólo hay que servir unas gotas de vino en la copa para que el degustador realice su operación ante la expectación del respetable es ridícula y contraproducente. Murcia no cabe en un sorbo del mejor vino; nuestro lugar en el planeta es de los más hermosos creados por la historia de los pueblos. El vino, acompañado de más vino, mejor. El vino „metáfora antigua y exacta„, delicado siempre como ser vivo, necesita un mínimo de volumen para que todas sus potencialidades resistan la aventura que supone abandonar su morada y afrontar los elementos extranjeros, es decir, el cristal de la copa, el aire, el movimiento, los ruidos, la luz. Llego, pues, a la conclusión de que a nuestra autonomía le falta volumen, conciencia colectiva; el ejemplo del vino me ha servido para levantar mi copa en semejanza con nuestra idiosincrasia y cansera tradicional. Va por ustedes, murcianos.