Querido Pepe Carrión: recuerdo cuando nuestro amigo Pepe Orihuela apareció en mi despacho. Mi comentario sobre sus intenciones iniciales como candidato a rector fue muy positivo. Sobre todo porque la tendencia de sus palabras entraba de lleno en el epicentro de una nueva interpretación para gobernar la Universidad (por cierto, me gustó mucho que, ante notario y si salía elegido, fijara su posición contraria a otros cargos ajenos al del rectorado). Poco a poco fui advirtiendo que en Pepe se daban las maneras y la perspicacia intelectual de un verdadero líder. Estaba seguro de que nuestro candidato tenía que conocer a mucha gente, explicar su programa y oír directamente de los universitarios los problemas que se padecen. Y así, por su condición humana y un elevadísimo sentido de la responsabilidad, fue haciendo suyas las sugerencias y quejas, en ocasiones dramáticas, de cuantas personas iba conociendo.

Un día, ya en campaña y en la primera votación de las candidaturas, habíamos quedado en cerrar el ciclo de visitas electorales en mi Facultad. Apareció contigo. Aquella reunión me llenó, aún más si cabe, la ilusión y el ánimo, sobre todo por tu capacidad de trabajo, tan probado ya en el ámbito universitario. Los dos sabíamos que si Pepe Orihuela salía elegido esa tarde era fundamentalmente un logro personal por sus muchas cualidades tanto profesionales como personales, humanas. Saltamos aquel primer obstáculo con 1.700 más, aunque, por la ya conocida ponderación de los grupos de electores, estábamos por debajo de diez puntos de la otra candidatura. Y después, la segunda vuelta. Otra vez la cafetería de mi Facultad y aquel tierno asombro de Pepe Orihuela cuando dijo: «Apasionante, Pedro, apasionante».

Su infatigable potencia no es sino la fuerza de una pasión en Pepe Orihuela para gobernar de otra forma que ya se advertía en su programa y en todas sus declaraciones. Y de pronto, esa noche en la Convalecencia ya era confirmado provisionalmente rector electo. Segunda inmensa alegría desde la que, al quedarnos solos, se añadía la humildad no exenta de una enorme conciencia de responsabilidad que le caracteriza. Se sucedieron proclamación definitiva y nombramiento oficial. Sólo quedaba que toda aquella pasión diera su fruto institucional en la toma de posesión. Una multitud universitaria, apoyaba entre aplausos cerrados y prolongados, al nuevo rector. Y ahí, mi amigo Pepe, estábamos nosotros, en la fila trece.

Al final de acto, llegamos hasta él. Pedimos una fotografía los tres juntos. Santiago Fernández enfocó y disparó su cámara. Por eso ahora te la adjunto, Pepe. Porque esa foto es la foto de una complicidad, porque contiene un sentimiento unísono de alegría tan evidente como inefable. Es la foto de una alegría interior, de una emoción no contenida, en aquel acto tan solemne donde el rector José Orihuela nos reclamaba a una revolución pacífica ¿Y sabes una cosa, Pepe? Jamás en la Universidad había oído un discurso tan audaz, tan poético y tan sólido desde una perspicacia tan precisa e intelectual. Y me emocioné, a pesar de mi edad o tal vez por ella. No lo sé. Y me sentí orgulloso y feliz cuando una alumna, muy segura y clara, tomó la palabra en nombre de lo mejor que tenemos, nuestro alumnado. Y es por todo eso también que se nos ve tan contentos en esa foto.

José Orihuela ya es rector. Y sabemos que desde su liderazgo, y con la ayuda de la comunidad universitaria, que la tendrá todos a una, será capaz de cumplir totalmente ese sueño que tan claramente explicó en su discurso, enfrentándose a los problemas graves que padecemos tanto nuestra institución como sus trabajadores. Y esto porque sabemos que José Orihuela Calatayud será el rector de todos los universitarios, porque sabe llegar al corazón humano desde la ilusión, pero también lo hace desde el rigor de su pasión por gobernar de otra manera, desde la exigencia de la justicia, desde el diálogo y desde la convicción de la razón. Y es así como se ejerce el poder, desde el ruego que explica el sometimiento de la razón al restablecimiento de la verdad.

Por eso, tantas veces que he podido oírle he recordado aquellas sabias palabras del refranero español: «Si el poderoso ruega, rogando manda». Y por eso me siento orgulloso, mi buen amigo Pepe, después de tantos años de vida y de experiencia profesional, de que alguien piense así, lo ejerza y cuente con todos nosotros para el restablecimiento de esta casa común de la investigación y la enseñanza que es la Universidad de Murcia, en estos momentos tan críticos como la recoge el rector y su equipo. Pero también confieso mi alegría, hasta llegar aquí, porque fue apasionante y un honor.

Y no digo más de lo que digo, porque todo se ve en esa foto, en esa foto que guardaré en mi despacho y en mi vida. Un abrazo y mi amistad.