Érase un vez la época en que el ser humano desentrañaba el enigma de la realidad utilizando la imaginación y transmitiendo a las nuevas generaciones esas respuestas por vía oral que iba creando tradición. Y así, va resolviendo las causas de la lluvia, de la salida y puesta de sol, de la fertilidad de la tierra, etc. Nace el Mito como respuesta a las grandes preguntas que el hombre necesita formularse porque sus genes no lo dotan de un programa innato de respuestas como ocurre en el mundo animal.

A esto se suma la gran cuestión, la más radical a la que nos enfrentamos: el miedo a la muerte, la no aceptación de la finitud, y concebimos entonces una vida en el más allá, nos autoconcedemos una prórroga y decretamos la resurrección de la carne.

Nace la Religión, hermanada con el Mito. Todas estas construcciones culturales hay que administrarlas en los grupos sociales y surgen los representantes religiosos que nos hablan en nombre de esos seres superiores, de sus dioses, interpretan su voluntad, dictan sus normas y nos muestran el camino del paraíso. Todo ello resulta consolador, es un paliativo del sufrimiento mundano pero... todo pertenece a la fase pre-racional del conocimiento humano y, por ello, se trata de un modelo explicativo infundado, antropomórfico y acrítico construido a base de fé, imaginación y tradición.

Hace 2.600 años se inaugura una nueva etapa, un nuevo modo de entender la realidad que se basa exclusivamente en la razón y pretende demostrar sus afirmaciones. Han nacido la Filosofía y la Ciencia, se ha pasado "del Mito al Logos", Se inicia la convivencia entre la Fe y la Razón que va a mostrar altibajos y fases muy diferentes a lo largo de la Historia

Tal vez lo más difícil de entender es esa obsesión que se observa en casi todas por imponerse, borrar toda huella de otras creencias y quedar como única en el grupo social. Su maridaje con el poder la pervierte y aleja de sus verdaderos objetivos. Baste recordar hechos históricos como las Cruzadas, procesos de evangelización en nuevas tierras descubiertas o la guerra santa en nombre de la cual se mata a los infieles.

Hoy existen sectores que no se resignan a vivir dentro de su propio espacio, siguen sin respetar ese derecho tan íntimo a pensar o sentir cada uno como quiere y convocan manifestaciones callejeras para cuestionar leyes que salen de Parlamentos democráticos o, peor aún, decretan la sharia en sus regímenes teocráticos y ay de aquel que ose contravenir los preceptos de un libro escrito hace 1.300 años.

Cabe preguntarse si llegará el dìa en que:

Estemos en un Estado aconfesional con libertad ideológica y de culto pero con una separación efectiva entre lo civil y lo religioso.

Se tenga un respeto absoluto por los conocimientos científicos y los progresos de la biotecnología (¿en nombre de qué Dios del amor se puede uno oponer a descubrimientos que alivian la pena, mitigan el dolor o retrasan la muerte?).

Se deje de querer imponernos a toda costa una fe y un credo, cuando deberían limitarse a explicarnos su contenido y recibir con agrado a quien quiera acogerse a ellos pero nada más.

Si alguna vez ocurre esto la religión puede resultar incluso beneficiada, fortalecida.

Por el bien de todos, esperémoslo.