El otro día leía un informe que cayó en mis manos sobre el hastío de ciertos profesores universitarios en España. Decía, con aparente convicción, que una parte de mis colegas están abandonando el campo de batalla, enfrentados a la creciente abulia intelectual de los estudiantes y sometidos a la progresiva asfixia burocrática que nos ha generado, en el día a día, la instalación del plan de Bolonia. No sé si esa información es del todo cierta (por muy fidedigna que me pareciese la fuente) y es verdad que el panorama es complicado, pero qué no lo es hoy en día. Sí tengo claro que la solución no es rendirse.

Es verdad que los estudiantes universitarios de esta era tienen fama de ser los que menos valor dan al conocimiento por sí mismo. La opinión pública culpa a estas generaciones de ser ignorantes y „peor„ de no importarles un pito el serlo. Pero, empaticen, por favor: ¿Qué hubieran hecho ustedes si los grandes e íntegros héroes de nuestra niñez „Superman, el Capitán Trueno, Luke Skywalker„ hubiesen sido sustituidos por esos Darth Vader (jueces, financieros, empresarios y alcaldes corruptos) que son noticia diaria en todos los medios de comunicación? Imaginen si la televisión de nuestra infancia y juventud hubiese consistido en ver a Belén Esteban y a sus secuaces como un paradigma de comportamiento; en estar inundados (en todas las cadenas) por la desafortunada, cateta y chabacana caca-serie apelada La que se avecina.

Qué diferente sería todo si esta generación hubiese sido testigo del maravilloso comienzo de los manga (Heidi, Marco); de series tan inolvidables como Crónicas de un pueblo o Verano azul; de programas tan inspiradores como El hombre y la tierra o La clave.

Dinero a toda costa, ética a la venta, miseria moral: es un horror la herencia que les hemos dejado a estos chavales. Por eso, no me vayan con coñas contándome que la culpa es de ellos. Ahora queremos cargarles con el mochuelo y, algunos, irse de rositas a protestar por el cansancio que les produce tanta desmotivación. Pues no, señor. Porque el que es educador (y aquí meto a los padres, no se me vayan pensando que no va con ustedes) lo es, fundamentalmente, cuando el desafío es grande, cuando las cosas están difíciles. Uno debe ser educador-padre y/o educador-docente a contrapelo. A las duras y a las maduras. En lo que nos toca, los que tenemos alumnos a las puertas del campo laboral tenemos que hacer de entrenador tipo Clint Eastwood en Million Dollar Baby para ser inspiración y amparo en tiempos de confusión. Va a ser un curso especialmente difícil y necesitan más que nunca que les digamos que hay esperanza.

Y hay otro factor que se añade a este panorama de confusión: ¿Se imaginan qué hubiésemos hecho nosotros, de jóvenes, ante esa fascinante y peligrosa Caja de Pandora que es Internet? Un canal inmenso de conocimiento en bruto, sin tamizar, que absorbe las mentes de los chicos inimaginablemente y les hace perder el interés por el libro convencional. ¿Hubieran ustedes reaccionado de manera distinta ante algo así? En este panorama, no hay otra: nos toca adaptarnos a la revolución de la sociedad del conocimiento, que ya no se acaba en los libros y que puede llegar a ser aterradoramente abstrusa para los que tenemos veinte o treinta años más que nuestros retoños y/o discípulos.

Pero no nos desanimemos: si carecemos de la habilidad que tienen los chicos para adentrarnos en los insondables mundos virtuales, poseemos, como formadores y padres, el sentido crítico y la capacidad de seleccionar y estructurar ese ingente canal informativo con el objeto de ayudarles a discriminar entre lo que es conocimiento y lo que es bazofia. Por eso, aquí no valen las técnicas del avestruz, amigos míos: estamos en la obligación de conocer las redes sociales y las tecnologías de la comunicación para poder utilizarlas en nuestra ventaja y la de ellos. Y no hay excusas: nadie es demasiado viejo para hacerlo.

Y en lo que lo que a los académicos nos concierne, ya lo he dicho: tenemos que ponernos las pilas, más que nunca, porque para eso nos pagan, y para eso subvencionó nuestra educación esta sociedad del bienestar: para responder a momentos en los que tenemos que trabajar por menos; para educar defendiendo lo sublime del saber eterno frente al fracaso del utilitarismo y el novorriquismo, esa cultura perecedera que nos ha conducido a este infierno.

Hemos de seguir en la brecha, motivando, animando, proporcionando salidas, innovando, haciendo porosas nuestras mentes ante todos esos nuevos retos. En suma, educando a contrapelo, y haciéndolo con ética y sin quejarnos, porque es posible que nuestros alumnos nunca consigan un puesto de trabajo como el nuestro. Vergüenza me dan, como educadora, esos fariseos que soliviantan a los chicos en el aula y fuera de ella para defender ideales tan altos como las perras que les recortan del bolsillo.