Urdangarin creyó que la Infanta lo había elegido por su cerebro,y ni siquiera era futbolista. En esta vulgaridad psicológica anida la raíz del drama que amenaza el trono de su suegro, en un país cuyo Padrenuestro reza con intensidad creciente "venga a nosotros Tu republica", como en la Inglaterra de Cromwell. Y si hay algo peor que estar en manos de Urdangarin, es tenerlo como portavoz. Este rol se lo encomendó el Rey en la descacharrante "Declaración Inicial" con propósitos intimidatorios que leyó este sábado ante el juez.

Urdangarin no posee la inteligencia suficiente para estar loco, se limitó a adaptarse a los cánones imperantes en su Familia de adopción. Volvió a actuar como embajador de La Zarzuela, con un texto escrito que demuestra la escasa confianza de los mandantes en la oratoria de su mensajero. Dado que la "Declaración Inicial" está visada obligatoriamente por un jefe de Estado sin escalón superior, fue el Rey en persona quien declaró ante el juzgado de Instrucción número tres de los de Palma. El monarca estaba constreñido a intervenir por yerno interpuesto porque, en la esfera penal, el Rey no es Dios sino Espíritu Santo de imposible materialización.

Este desdoblamiento, al borde de otra lesión en la maltrecha espalda regia, recuerda que tal vez no sea urgente volver a los tiempos en que el Rey de España encarcelaba al Papa, aparte de que el frágil corazón de Ratzinger no lo resistiría. Sin embargo, la lectura de una biografía de Carlos I podría iluminar a su descendiente sobre los recursos expeditivos para anular a un yerno sin escrúpulos.

Ni Urdangarin ni Garcia Revenga debieron declarar con sus vínculos con La Zarzuela intactos, facilitando así la conexión con la jefatura del Estado. Cuando el esposo de la Infanta destaca en la alocución "mi status institucional" no le adjunta un tiempo verbal, para garantizar su validez presente con un trasfondo desafiante. No saben ustedes a quien están interrogando. La condición de exyerno del Rey y de exsecretario de las Infantas hubiera desactivado el escándalo.

El recaudador Urdangarin olvidó que la ciudadanía tolera los privilegios del Rey porque solo hay uno. El imputado por corrupción compareció en Palma sin Cristina y sin Corinna, aunque en su "Declaración Inicial" menciona "determinados correos" que por fuerza inspiraron una sonrisa en los presentes, obligados a recordar que el embajador de La Zarzuela es en sus propias palabras el célebre "Duque Em...Palma...do".

A continuación, el yerno del Rey debutó como fino analista político con plaza en las tertulias sabatinas de Tele 5 y LaSexta, porque en su texto advierte que "se ha producido un desplazamiento del foco de esta instrucción de los hechos propiamente dichos a la Casa Real". Atención, el imputado por saquear millones de euros a sus conciudadanos reprende a jueces y fiscales por no cumplir correctamente con su cometido. Le mantienes el pasaporte a un presunto corrupto por no agraviar innecesariamente a la Corona, y te acaba amenazando con abrirte un expediente.

La culpa debía recaer por supuesto en los ciudadanos, artífices de un "proceso público" a la Casa Real según el reputado jurista Urdangarin. El desaprensivo que celebró la pasada Nochebuena en La Zarzuela, y que está a un paso de dinamitar la Familia Real por su avidez de "dinero público", imparte una cátedra de ética. El diabólico "proceso público" tendría por objeto "un desplazamiento" hacia "el pretendido papel de la Casa Real", que se entiende mejor con el redactado de "el papel pretendido por la Casa Real".

El ataque a la opinión pública de su máximo beneficiario económico ha de emparejarse por fuerza con la extensa pieza del New York Times, que dejó en ridículo a España por cuenta de Urdangarin y de las presiones de La Zarzuela sobre los periodistas. Se alcanza así el delirio de la autorreferencia cíclica, porque la prensa de Madrid informa de que la prensa de Nueva York informa de que la prensa de Madrid informa de que La Zarzuela informa de que se debe relajar el pistón informativo. Y así sucesivamente.

Si los medios no operaran con traumas de la transición, bastaría con denunciar que "la prensa de Madrid confirma las presiones palaciegas".

En el segundo y último párrafo de la histórica "Declaración Inicial", el jefe de Estado declara por boca de Urdangarin que la "Casa de S. M. el Rey no opino" sobre las "actividades del Instituto Noos".

Sin embargo, dos líneas después se señala que "la Casa de S.M. el Rey me traslado las recomendaciones oportunas". Por tanto, "opino" en contra de lo manifestado anteriormente.

En otro ejercicio de despotismo, Urdangarin y sus ventrílocuos culpan también a la ciudadanía de su desdicha económica. En concreto, el embajador de Su Majestad destaca que la intervención de la Casa del Rey se produce por "la existencia de reproches políticos a las administraciones contratantes". A saber, el extraño conglomerado empresarial de La Zarzuela actúa porque la transparencia ha frustrado el negocio, y no por qué la actividad del esposo de la Infanta fuera indecente.

En la prosa cocinada en La Zarzuela para Urdangarin, quedarse con millones de euros de los contribuyentes a cambio de prestaciones fantasiosas no era "una actividad adecuada para mi status institucional".

En primer lugar, Urdangarin carece de "status institucional", y bien que se encarga de remarcarlo la Casa del Rey cuando le conviene. La mayoría de españoles desconocen el nombre de las hermanas del Rey. Esta sana ignorancia ha sido pervertida en el caso Nóos, por el pésimo funcionamiento de la burocracia regia y la connivencia de los periodistas cortesanos denunciados por el New York Times, que sabe de qué habla porque es el periódico al servicio de la Casa Blanca.

No hay "status institucional" sino estatismo institucional de un palacio que nunca ha roto con Urdangarin ni ha valorado la decepción de un país en paro, una catástrofe que en las resguardadas almenas del poder se metaboliza como un contratiempo, que coman croasanes.

La incógnita a despejar plantea si La Zarzuela supera a La Moncloa, en la disparatada comicidad de sus iniciativas para atajar la corrupción que salpica al "status institucional" de sus miembros. En cuanto al "proceso publico" que denuncia el yerno del Rey, los Urdangarin han sido abandonados hasta por la revista ¡Hola! Ya solo les queda la prensa cortesana.