Un exmilitar de la Región que ha participado en misiones de la ONU en Oriente Medio describe la situación que se vive en la Franja de Gaza. Ernesto es el nombre ficticio con el que quiere aparecer para guardar el anonimato por haber estado involucrado en numerosas operaciones nacionales e internacionales. Vive en una localidad de la Región de Murcia, estudió Historia y Geografía y es exmilitar y analista político. A sus 49 años ha dedicado su vida a conocer de primera mano los distintos países del mundo, muchos de ellos en momentos delicados de intermitentes tensiones como es el caso de Gaza, donde estuvo durante seis meses destinado en 1998 y otros dos meses de turismo en Israel, Cisjordania y Jerusalén, entre otras.

Ernesto llega en su moto al lugar de la entrevista y mantenemos una pequeña conversación sobre su afición a la fotografía. Mientras caminamos hacia una cafetería alejada, fuma un cigarrillo y explica cómo acabó en la Franja. «Yo estuve del 22 de diciembre al 28 de junio 1998, se hacía un servicio de 8 horas, íbamos en un coche blindado a la frontera, nosotros nos alojábamos en Asquelón, una población costera que había a 30 kilómetros de la frontera con Gaza. Estábamos oficiados por la Unión Europea (UE) en misión de la ONU, pero aún así siempre estábamos controlados por el ejercito israelí, las IDF (fuerzas armadas israelíes)». «Había claros déficit de seguridad, nosotros nos encargábamos de lo que pasaba en la frontera y la autoridad palestina de nuestra seguridad y la de su pueblo», añade.

«Nuestra misión era controlar las mercancías que entraban y salían de la frontera con Egipto. Lo positivo de aquello era que desde la UE se daban cuenta de los problemas que sufrían los palestinos y ponían a unas personas que eran ajenas al conflicto -ellos lo agradecían-. Pero la realidad es que bajo nuestros pies había túneles que hacían contrabando de todo tipo, entre otras cosas para no pagar los impuestos», manifiesta.

No se posiciona ni en la derecha ni en la izquierda de nada y declara que es «una persona que ve las cosas desde un ángulo humano donde los derechos humanos deben ser los mismos para cualquier mujer y para cualquier hombre en cualquier país».

«He visto policías israelíes pegarle a niños palestinos y tratar a la gente de forma descortés. En una ocasión vi a un señor que tenía un burro con un remolque que llevaba fruta (la población de allí de lo que se sustenta básicamente es de la producción agraria que venden a Israel y a los de su propio territorio), tuvo una discusión con un policía. No entendí nada. Acto seguido, el policía quitó los burros y pasó un tanque por encima del carro», añade.

Tras enfocar el conflicto como una estrategia política de intereses terceros, subraya que «el problema está en que cuando los que están en el poder no quieren perderlo hacen que la propia población se radicalice. Yo respeto mucho al pueblo israelí y su religión, siempre y cuando no esté por encima de los derechos humanos. Conozco a muchos israelíes que no están de acuerdo con lo que se está haciendo, y los están apartando y tratando de traidores. ¿Traidores por qué? Porque no están de acuerdo en que haya ciudadanos de segunda a los que se les pueda matar sin ningún tipo de consecuencia y el resto no. No, somos personas, ese es mi planteamiento. Hubo un presidente que fue Isaac Rabin que firmó los acuerdos de Oslo, a los dos años se lo cargó un ultraderechista israelí , fue un punto de aviso para que los próximos presidentes que quisieran llegar a un acuerdo con Palestina y hacer un reparto de tierras supieran que ese era su destino. Me parece vergonzoso».

«A la tercera no va la vencida»

El conflicto armado que ha vivido Gaza es una repetición de lo que ya ocurrió en otras dos ocasiones (2008 y 2012). «Es una guerra que no da un respiro para que lleguen las ayudas. Sin embargo, en esta ocasión se ha superado el número de muertes, y de niños también, llegando a datos tan trágicos como casi 2.000 civiles muertos de los cuales son 423 niños», dice.

«A la tercera no va a ser la vencida porque la población israelí cada vez está más radicalizada hacia la derecha, no hacia una solución pragmática del problema como podría ser la idea de los laboristas. Rabin lo era, pretendía que ese conflicto dejase de existir concediendo una parte del territorio que los palestinos reclaman, pero el problema está en que en la extrema derecha israelí se le junta el fanatismo religioso de que 'eso fue nuestro hace 2.000 años'», declara.

«La única solución es que la ONU (o alguien neutral) intervenga, que los acuerdos que se dicten se cumplan. Esto no es la ley del embudo. Y para que se cumpla, el brazo que apoya militar y económicamente a Israel no puede mirar únicamente por sus intereses geopolíticos, si no ver si desde un punto de vista humanitario, si las leyes se cumplen o no», agrega. «Pero si a quien apoya, no le interesa eso, pues pasa lo que pasa. Israel no está donde está por casualidad, es el perro que controla la finca, y la finca es Oriente Medio y Oriente Medio es petróleo», concluye.