La catedral invertida. El charco que dejó la lluvia espejea la gran Abadía-Panteón de los ingleses. Honda altura del reflejo. O, por el contrario, alta hondura espejeada. La tormenta furiosa duró poco. Y la cima de la torre siniestra del templo aprovechó para mirar su peinado de oro en el cristal del charco, límpido, quieto, planísimo. Por el suelo equivocado deambulan peatones, creyendo que están en la realidad. Pero respetan el charco. Creen que es por no mojarse, pero en realidad es porque no quieren desengañarse de que viven en el engaño. El charco es la puerta de Alicia al subterráneo donde vive escondida la realidad platónica de Carroll, que los mortales no entendemos, pero que es la verdadera. Para esa realidad, lo de abajo es lo de arriba, y lo de arriba es lo de abajo. No hay realidad sin su simétrica, y el juego de ambos es la vida, la naturaleza. La verdadera diversidad es la dual dicen los estructuralistas que son los científicos del siglo pasado. Todos los tiempos creen que su visión del mundo es la definitiva. Y todos se equivocan. La Torre izquierda de Westminster busca los antípodas, en el Pacífico. Nada más que eso.