Dibujar tan mal como Goya o Picasso

Tendrán que disculparme si repito algunas emociones. He escrito mucho sobre el pintor José María Párraga; con frecuencia con dolor, siempre con la añoranza de recordarle. Esto va a ser corto, es decir, difícil, es decir, fascinante. Resulta que tú, José María Párraga, amigo mío vivo, vas a ser materia analizable y yo tu analista. Después de que el maestro Saura te retratara encendiendo un cigarro en presencia de Micki, que se abraza a tu pecho, sin cumplir la obligación de soplar la llama. Y estaremos juntos como si no nos llamásemos de tú; cuando todavía te veo dibujando, decorando con lunas y soles, mi modesto armario. Ahora, José María, no eres tú, eres tu memoria como maestro del dibujo. Ahora abandonamos la sala de la confianza y entramos en la sala de los espejos, donde tú deberás poner la imagen y yo trataré de poner el azogue. El derecho de maestría en la doma de tinieblas, luces, configuración de ambas, arbitraje de la hora en que los azares de claros y oscuros empiezan a responsabilizarse, a pedir bautismo, a conocer los verbos? Tales mutaciones las tienes en tus manos, y en la oligarquía que ejerces sobre tintas, seres trazadores y ambientales, habitabilidad del papel. Eso, en fin, que llaman dibujar, como podrían llamarle fatalidad, facultad, talento y que hace de ti, en fin, un maestro del dibujo. Me han dicho que escriba para no iniciados. ¿Cómo no decir que eres la bisagra de la modernidad del arte en Murcia entre generaciones? Todo empieza contigo. ¿Cómo no hacer saber que socializaste el arte y la amistad?

Precisamente tengo a la vista los conjuntos de blanco, secretos o rampagueantes, los nocturnos, azufres, grises y collages a todas las escalas, desde las abisales hasta las astrales intuidas por Rimbaud, incluyendo el ensombrecimiento de los ópalos y el envés de blancos y negros con que has visualizado y hecho visible el animismo rimado del viejo Pregón de Ciegos. Tú no lo ilustraste, os habéis ilustrado tú en ellos y ellos en ti. No sé como diferenciaros, no sé quién escancia y quién bebe. Grana y palidez, ceniza y acero, rasgo y palabra son aquí consanguíneos entre la salmodia y el grafista. Penas y furias, negror y destello, fruto del fuego o ceniza de él. Una conciencia incinerada tañendo alegremente sobre bravuras y penurias de su presente en el ser humano, en el poeta, una insolencia, una impavidez o aceptación estoica de los hechos en quien retrata el ayer del caballero desde el hoy del pintor.

¿Cómo dibujas? Lo conozco, te he visto muchas veces; te han visto las gentes de toda condición; aunque más bien mal, me parece, fuera de ley y costumbre, fuera de forma y cortesía. Desdeñando la divina proporción geométrica, la perspectiva y la planimetría pactadas. Seamos claros, José María: dibujas casi tan mal como Francisco de Goya y Picasso; aunque seas, es verdad, una autoridad en el pirograbado.