Cuando le preguntan qué es el flamenco se queda un momento en silencio, pero después le brotan las palabras como cuando se arranca a bailar: «Es mi vida, es cultura, es una vivencia sin horario ni pasaporte... es puro corazón». Ella lo aprendió desde niña y después de grandes maestros, hoy desaparecidos, a los que rinde homenaje en su nuevo espectáculo, Voces.

Ha pasado del mito de Medusa, su anterior montaje, a los mitos del flamenco, ¿cómo nació este proyecto?

Fue en un momento muy triste, tras la muerte de Paco de Lucía; pensé en todo lo que nos han dado maestros como él. En realidad, todo el mundo tiene voces metidas en su corazón con los consejos que ha recibido y que nunca olvida. En mi caso, quería rendir homenaje a cinco maestros que tuve la suerte de conocer [Paco de Lucía, Enrique Morente, Camarón de la Isla, Moraíto y Antonio Gades] y a una gran artista como fue Carmen Amaya. Todos ellos se fueron demasiado pronto pero nos dejaron su gran legado. Aunque en Voces no copiamos, sino que ponemos nuestra propia voz con todo lo que nos enseñaron.

¿Y cómo puede bailar con la 'mirada' de los artistas en el escenario, gracias al montaje que han hecho con sus retratos?

¡Eso nos preguntamos al prepararlo! ¿Cómo voy a ser capaz? Pero luego descubrí que yo era capaz de mostrar mi propia voz y, a través de ella, mostrarles mi agradecimiento. Hasta en eso nos han influenciado, en la seguridad de saber mostrarte como tú eres, que te entregues en el escenario al cien por cien, fiel a lo que sientes. De repente ves su imagen, suenan sus voces y crees que te vas a poner a temblar, pero no es así. El público también nota esa conexión que existe con ellos; que parece que nos arropan en cada representación.

Hablaba antes de mito, pero eran personas con los pies en el suelo, ¿no?

Eran los más grandes y tenían los pies en la tierra. Todos marcaron un antes y un después en el mundo del flamenco y abrieron las puertas del mundo al flamenco, pero cuando rascas o profundizas en sus vidas, te das cuenta que eran personas muy cercanas. Ofrecían consejos con sabiduría, pero de una manera muy honesta, como los que puede dar un padre o un buen amigo. El amor que le tenían al flamenco es un ejemplo para nosotros. Quizá no hubiera sido capaz de bailar en su día delante de ellos y ahora sucede todo lo contrario, alargamos las veladas hablando horas y horas de ellos. Es bestial, revivirlos y recordarlos con todo nuestro respeto.

A todos ellos les agradece lo que le han aportado, ¿pero quién es la primera persona a la que le tiene que agradecer que haya llegado a donde está ahora?

A mis padres, sobre todo a mi madre. Fue mi maestra y sobre todo me enseñó a amar el arte, la cultura y a entregarme al cien por cien. A lo largo de mi vida personal y profesional ha habido luego muchas más personas que están dentro de mi corazón porque he podido recorrer la vida sin dejar de aprender y me han permitido arriesgar, pero siempre arropada por su sabiduría.

Han recogido palabras de Paco de Lucía que habla de un «espíritu insaciable», Camarón, de que siempre se puede hacer «todo mejor», y Morente y Gades también hablan de superación, ¿qué le mueve a usted a superarse?

Al principio era una responsabilidad que a veces no te deja ni disfrutar de lo que haces. Todo el mundo en lo suyo tiene esa responsabilidad para hacer el mundo un poco mejor. Pero me cambió la vida al ser madre, me cambió la escala de valores. Profesionalmente, un día descubrí que podía ayudar a muchas personas; es difícil explicarlo, porque siempre me he entregado, desde que comencé, pero cuando mezclas tu trabajo con la solidaridad te hace ser más verdad. Yo soy madrina de la Fundación Mi Princesa Rett y organizamos galas. Cuando bailo por esos niños de repente me veo dando un zapatazo fuerte, con rabia, contra la enfermedad, y le da todo el sentido al baile, tienes un motivo más allá del profesional. Por supuesto que siempre he bailado con respeto, sin querer fallar al público, pero esto te da más fuerza. Antes de ser madre bailaba con entrega, pero enseguida me enfadaba si algo no salía como quería; debía tener la técnica muy controlada, ahora busco sacar mi arte más de dentro, dejarme llevar por lo que siento y bailo con un sentido diferente. Y creo que bailo mejor ahora, soy más fuerte. Está el sacrificio de muchos años y sientes los mismos miedos, pero cuando sabes que hay muchos años detrás, son ya veinte desde que nació la compañía, de algún modo los miedos desaparecen.

Mirando el programa de Voces, apenas abandona el escenario, ¿de dónde saca la energía?

Físicamente, me encuentro en mi mejor momento y quiero estar cada minuto y sentir a mis maestros. De hecho, el cuerpo de baile en Voces es más pequeño que en los anteriores montajes, es el riesgo del 'artista solo'. José Serrano hace un solo dedicado a Morente y luego baila conmigo en otro momento dedicado a Paco de Lucía. Quería que el cuerpo de baile también tuviera su espacio y que cada artista mostrara sus diferentes personalidades, que ellos también tuvieran su propia voz. Cada detalle está muy cuidado para que todos muestren sus propias voces.

Es una pregunta frecuente, pero ¿cómo está el flamenco en España? ¿Sufre tanto como otras disciplinas?

La verdad es que yo solo puedo dar las gracias al público por su entrega, vamos a hacer veinte años de compañía privada, pero la situación da pena. Este es un país de arte con mucha gente entregada, hay muy buenos bailarines y no hay dónde bailar. La crisis está y la sufre la cultura, lo que da mucha pena, sobre todo por la gente joven. Sé que hay muchos otros sectores afectados, pero yo hablo de lo que me corresponde, de la danza, donde faltarían más escuelas y escenarios.

Dice Camarón, «el flamenco es una pena», ¿qué es el flamenco para Sara Baras?

Él dice que una pena y una alegría, una alegría y una pena... Para mí no es una pena, es una vivencia completa, es un arte de una riqueza bestial y es parte de nuestra cultura. El flamenco es mi vida.