No fue un espectáculo emocionante ni espontáneo –tanto The Cynics como el público iban a lo que iban, con el guión bien aprendido–, pero sí satisfactorio, formalmente digno, y con sonidaco especial a cargo del técnico de la sala. Nada que objetar a los de Pittsburg, que vertieron sobre el selecto auditorio un repertorio breve, repasando sus temas más conocidos y estrenando otros más recientes de su álbum Spinning Wheel Motel. Dicho de otro modo, se lo ganaron. Un concierto de garage punk apocalíptico.

The Cynics, junto a otras bandas como Fuzztones y The Chesterfield Kings, hicieron resurgir el garage rock en los años 80, inspirándose en las bandas originales de garage de los 60 como los Sonics. Pero cuando se trata de hacer grandes discos y de resistir, The Cynics tienen pocos que les igualen. Llevan 25 años adscritos a un sonido particular, a una particular visión, y se les da mejor que a nadie. The Cynics no se parecen demasiado a nada, y su sonido es reconocible al instante, evidencia de que el rock 'n' roll apasionado y salvaje no ha muerto. Cuando empezaron a mediados de los 80, desilusionados del punk de los 70, se especializaron en ese sonido similar al de los primeros discos de los Rolling Stones. De eso va el garage punk: enraizado, blues y esa cosa primal de los 3 acordes. Aunque los Cynics ya no se limitan a los 3 acordes; tienen bonitas baladas y melódicos medios tiempos.

Cuando vuelves a ver un grupo favorito después de un tiempo, siempre ronda el temor de que no vayan a estar a la altura de tus expectativas. ¿Y si en el intervalo se han convertido en unos mamones? Fue un alivio descubrir que no es el caso de los Cynics. Cabe debatir qué impresionaba más: si la voz de Michael Kastelic o la guitarra distorsionada de Gregg Kostelich (ambos conforman el núcleo de los Cynics). Michael se golpeaba tan fuerte con la pandereta que no sé yo si acabaría autolesionado. Aderezaba su rock garajero directo con mucho meneo a lo Iggy y una mirada penetrante. Cantó como sólo él sabe hacerlo, al mismo tiempo que bailaba, tocaba las maracas, la pandereta, soplaba la armónica a todo pulmón… Su control de la situación y la desfachatez con la que nos comunicaba lo poderoso que se siente resultan todavía muy seductores, por fríamente que analicemos sus trucos. Su mera presencia carnal, sus movimientos, ya provoca la catarsis. Rock puro destilado. Tan sólo comenzar el concierto, Michael Kastelic dejó bien clara la filosofía del grupo: identificarse de tal manera con el público que incluso llega a formar parte de él. Sólo le faltó decir aquello de «No siesta tonite». Tocaba continuamente las cabezas de los más cercanos al escenario como si buscara retroalimentarse, en un auténtico frenesí.

The Cynics colmaron las expectativas. Con el guitarrista Gregg Kostelich, cerebro de la banda, parado como una estatua en una esquina largando fuzz, melodías enrevesadas y riffs a lo Stooges, y la rítmica compuesta por Ángel Kaplan (Bubblegum, Doctor Explosión) sacando del bajo las mejores notas y Pibli a la batería, tocaron y convencieron durante la hora y pico que estuvieron allí arriba, reuniendo perlas de su discografía como Baby What´s Wrong?, ABBA, Junk o Creepin, más psicodélica, y otras más recientes como I Need More, Girl You´re on my Mind, Close to Me o No Reason. Un antológico concierto lleno de entrega y excitación ante una audiencia que respondió con entusiasmo casi cavernícola.