­Tiempo de cosecha, tiempo de codicia. Podría ser el refrán para describir el fuerte incremento de robos en viviendas con un sólo objetivo: llevarse las plantas de marihuana que consumidores habituales miman durante meses en sus balcones, huertos y azoteas. La planta de la cannabis sativa, la marihuana, germina en febrero y tras un lento crecimiento a lo largo de la primavera y el verano, da las flores en septiembre y octubre, momento en que se cosechan y comienza el secado antes de su consumo.

Lo saben los cultivadores y lo saben los rateros murcianos, unidos por la afición a los cigarrillos de maría. Estos últimos se benefician del tiempo y trabajo invertido por los primeros y, sobre todo, del fortísimo aumento de los cultivos domésticos propiciado por la crisis económica.

De hecho, desde hace unos tres años, la Secretaría de Estado para la Seguridad ha convertido la lucha contra el cultivo de la marihuana en una de sus prioridades, y los recordatorios a la Policía Nacional y a la Guardia Civil para que sumen esfuerzos en la persecución de ese delito es constante.

Tanto es así, que las incautaciones de marihuana se incrementaron en 2011 en un 545,90% en España respecto al año anterior, según el último anuario del ministerio del Interior. En cifras absolutas, se pasó de decomisar 2.715 kilos en 2010, a 17.535 en 2011. Una cifra más que elocuente del volumen de negocio de una afición que ha pasado del cultivo para el autoconsumo a la creación de auténticos criaderos profesionales de cannabis sativa.

Según la variedad, el gramo de maría se paga en la calle a entre 7 y 10 euros. Un precio más que goloso para quienes buscan un beneficio exento de gastos. Los ladrones de marihuana no sólo se ceban con las pequeñas producciones, tarea que se quedan adolescentes y rateros de poca monta, por lo general conocidos de algún conocido de quien la ha regado y cuidado en su balcón, y cuyo objetivo suele limitarse a fumar hierba gratis.

Los más peligrosos son los que acechan cantidades más serias, las que pueden reportarles beneficios proporcionales al riesgo que asumen. La codicia, aunque se trate de maría -entre los traficantes de cocaína, los robos son algo cada vez más habitual-, ha llegado incluso al homicidio.

Los robos entre traficantes son un delito difícil de cuantificar. Casi nadie denuncia por razones obvias. Quien se dedica a la producción de marihuana a escala mediana o grande se sabe traficante y ni acude a un cuartel o a una comisaría porque se sabe autor de un delito previo.

Sin embargo, los consumidores que por ajustar el gasto doméstico acaban cultivando una o dos plantas en su casa no tienen tan claro que lo que hace es una delito recogido en el mismo artículo del Código Penal que se aplicaría a alguien que introduzca una tonelada de cocaína en un contenedor. Muchos creen que «es legal tener un par de plantas para consumo». Error.

La norma no habla de cantidades -eso y el tipo de droga en sí, se quedan para dirimir finalmente la cuantía de la condena-. La ley pune tanto al que cultiva, como al que elabora o trafica con las sustancias convenidas como estupefacientes, sin distinción. Es el artículo 368, uno de los que regulan el delito contra la salud pública.

«¿Y yo no puedo denunciarlo?»

El descubrimiento de que se ha sido víctima de un robo es siempre un trago amargo. Pero cuando lo sustraído procede de un delito, la frustración es aún mayor. Ni siquiera queda el consuelo de la denuncia, a menos que se quiera que el mismo agente que nos atiende como víctimas acabe instruyendo unas diligencias contra el denunciante como autor de un delito. «Han entrado en mi casa y se han llevado las dos plantas que cuidaba desde hace meses para poder fumar el resto del año, ¿y yo no puedo siquiera denunciarlo?». La respuesta es obvia.

Solución: intentar evitar los robos con trucos y trampas. Los foros de simpatizantes de la maría están que arden estos días. Los más sensatos hablan de instalar alarmas, dispositivos electrónicos o cámaras. Los amantes de lo artesano con menos recursos, de hilos de seda atados a un tablón cuyo movimiento activará una alarma casera, de dejar un perro guardián cerca del tesoro o de dormir con un ojo abierto bien cerca del balcón. Hasta hay algún visionario que propone enredar anzuelos y cuchillas de afeitar en las plantas para que el caco se destroce las manos cuando vaya a cortarlas, o de enterrar clavos con polvos tóxicos junto a los tallos cultivados en tierra para que el ladrón cojee durante una buena temporada.