Llevo tiempo deseando escribir este artículo y qué mejor momento que ahora, y no con el propósito de remover los ánimos, que bastante alterados están, pero sí con la clara intención de ofrecer soluciones reales a un tema candente en lo social, por el bien de occidente y por la cristiandad universal.

Como muchos habrán observado, la sociedad cartagenera ha cambiado notablemente en estos últimos 25-30 años, debido, en gran parte, a las nefastas políticas de inmigración del PP y del PSOE. Primero fue D. José María Aznar, que en ocho años consiguió que pasáramos de poco más de medio millón de extranjeros a 2,5 millones, de los cuales 853.000 se encontraban en situación irregular. Después le siguió D. José Luis Rodríguez Zapatero, con su alianza de civilizaciones y con su política de papeles para todos, que produjo un efecto llamada, convirtiéndose España en el principal país receptor de inmigrantes de la Unión Europea.

Los cambios sobrevenidos desde entonces en nuestra ciudad trimilenaria son evidentes, sólo hay que dar un paseo por Los Dolores o por La Serreta para ofrecer testimonio de ello. Mahometanos con chilaba y sin ella, musulmanas con velo y sin él, mezquitas varias repartidas por la comarca, bares tipo kebab, peluquerías, puestos en el mercadillo, carnicerías halal, locutorios y tiendas de ropa, amén de la masa obrera que hace sus labores en el campo. Esta invasión tan repentina está despersonalizando nuestra tierra, nuestras raíces y nuestra cultura, aunque por ventura aún no tienen tanto arraigo como en Ceuta y Melilla o qué decir tiene en el ya olvidado Sáhara Occidental, cuyo referéndum sigue pendiente de celebrarse, incumpliendo así Marruecos la resolución de la ONU que le obliga a ello.

¿Y qué soluciones se pueden adoptar para frenar esta islamización de la sociedad? Sin ánimo de ser exhaustivo, y antes de que se instaure la Sharia o ley islámica en nuestro país, con el grave peligro que ello conllevaría para todos y sobre todo para la mujer occidental, las mismas pasarían por: cerrar toda mezquita que no permita la libertad religiosa en su país de origen; racionalizar las ayudas sociales para inmigrantes; exigir que todas las asociaciones árabes afincadas en España condenen el terrorismo; controlar el flujo migratorio dando prioridad a aquellos colectivos que mejor se adapten a nuestras costumbres; poner fin a relaciones internacionales con países como Arabia Saudí sospechosos de financiar la yihad y de expandir el islam más fundamentalista; exigir a nuestros países vecinos como Argelia y a Marruecos un control más fuerte de sus fronteras; expulsión inmediata de los inmigrantes que comentan delitos graves en nuestro países; revisión de todos los permisos de residencia y nacionalidades concedidas; clausura de las mezquitas donde se predique el odio; la expulsión de los imanes que no condenen la violencia; registro estatal de imanes; juzgar a los terroristas por un nuevo código penal del enemigo; elevar el nivel de alerta a cinco, patrullando el ejército por nuestras ciudades; ejecutar las expulsiones de inmigrantes sin demora y simplificar el procedimiento administrativo de expulsión de extranjeros.

Y no, señores, no soy racista, se lo garantizo, no odio a los moros ni tengo nada en contra de ellos. De hecho, los conozco bastante bien y sobre todo a los musulmanes afincados en Cartagena. En lo personal les contaré que mi pareja es marroquí. He estado presente en varias fiestas de El Ramadán y en la del cordero grande (Eid al-Adha), es decir, la Fiesta Mayor del Islam.

En lo profesional, he sido el letrado del único sindicato marroquí de la Región de Murcia, conocido con el nombre de Alafa. Soy el abogado de un grupo de fieles musulmanes y también soy el defensor de uno de los mayores empresarios marroquís de la zona y de otros tantos árabes más. Además, concedí una entrevista al canal Atlas, o sea, a la televisión de Marruecos para el mundo. Ello no me convierte en más ni en menos que nadie, si bien tengo los pies sobre la tierra y mi deber como español es ofrecer soluciones al país que me ha visto crecer. Otra cosa bien distinta, es que sean escuchadas y llevadas a la práctica por nuestros gobernantes sin sus complejos y tabúes habituales.