Seguro que recuerdan aquel viejo eslogan de cuando el monte se quema, algo tuyo se quema, que nos instaba a sentirnos dueños de cuanto eramos capaces de divisar, seguros de que atribuyéndonos propiedad donde no la había, añadíamos compromiso con el cuidado, donde también faltaba.

Con bastante razón hubo quien añadió realismo al sueño dejando la frase en «Cuando el monte se quema, algo suyo se quema, señor conde». La Ley de Montes es clara: «Por razón de su titularidad los montes pueden ser públicos o privados». Debía hacer casi 40 años que no me asomaba por allí, aquellas acampadas con los scouts siendo un chaval son el último recuerdo que tengo de La Muela, el manantial, la capilla con la Virgen de la Muela que devocionaba la vecindad dicen desde 1680 y custodiada por un santero, noble oficio donde los haya, sin embargo reconocí a la primera al guardia que educadamente se situó ante mí impidiendo el paso justo debajo del cartel que preside el camino indicando lo de propiedad particular. Cuando le dije, su cara me suena, no lo dudó, lleva más de 45 años allí. Educadamente mi indicó que cumplía órdenes y que su trabajo era no dejar pasar, que si quería me podía dirigir a la propiedad y solicitar un permiso. Algunos que lo han conseguido cuentan el periplo que hay que recorrer por distintas farmacias de la zona, que si en Los Dolores, que si en Fuente Álamo, el caso es que mi paseo estaba programado para esa mañana de domingo, soleada, buscando un poco de ejercicio bien cocinado en recuerdos.

No seré yo quien se alce contra la propiedad privada, no es eso, he recorrido decenas de montes en Cataluña con vehículos todo terreno, mucho más agresivos que un par de piernas o un par de ruedas de bici, donde al llegar a la cadena alguien muy amable salía del caserón, te decía: son 50 pesetas y abría el candado mientras te argumentaba que con ese dinero se ocupaban de que el camino estuviera limpio, cuidado, desbrozado e incluso evitar los incendios. Yo también habría pagado un euro y que el capitán, como llaman al guardés, hubiera retirado la cadena.

A nadie se le ocurre ocupar una propiedad ajena sin entender que tiene precio, igual la terraza de un bar, que una casa museo, nadie se enfada por eso porque estamos muy acostumbrados a pagar para conseguir lo que aún no es nuestro, el enfado viene por no tener la posibilidad de hacerlo, de usar algo que en nuestro particular modo de interpretar el derecho consideramos propiedad de todos, convencidos además de que un precio razonable, a cambio de un camino limpio y ordenado, no sería un impedimento.

Hay otras formas de hacer que los cartageneros pudiéramos disfrutar libremente de un entorno como el de La Muela, que por decreto todo es posible, pero tampoco hace falta recurrir al 'exprópienlo' chavista porque seguramente si esa propiedad tuviera ayudas pactadas, limpiezas, mantenimiento a cargo de la administración pública y ello a cambio de permitir uso y disfrute controlado, evitaríamos el guarda de un lado intentando argumentar lo inargumentable y la decepción 'podemita' del senderista por otro, en todo caso, la amable conversación dio lo suficiente como para que una veintena de personas convenientemente espaciadas descendieran de lo privado a lo público como auténticos dueños de lo ajeno, pregunté que si todos tenían permiso y me aclaró que claro que no, que acceden por cualquier camino de El Portús o de otra parte, y es que lo de poner puertas al campo es complicado, ponerlas al monte, ejercicio inútil y dar lecciones de derecho de la propiedad cuando el límite es el sol o la última estrella, completamente imposible.