En octubre de 1965 se inauguraba el último de los grandes cines clásicos de la ciudad de Murcia: el cine Rosi. Lo hizo con el último mohicano. A 12'50 pesetas la butaca y 10 el anfiteatro.

Poco después comenzarían a cerrar viejos cines de la capital: Popular en el 66, Sport Vidal en el 67...

Situado entre Vistabella y la Paz, el Rosi era un cine de reestreno donde llegaban las películas tras pasar por el Coy o el Rex.

Allí vi un sinfín de festivales de Tom y Jerry con mi abuela. Y filmes infumables que a aquel niño que era le parecían peliculones. Poco más tarde, tras la desaparición del Avenida se convirtió en cine de Arte y Ensayo. Y entonces sí vinieron peliculones. Allí vi ‘Amarcord’, que me dejó impactado. Y ‘El portero de noche’. Y Pasolini. Y Visconti. Después se convirtió en reducto de aquel infumable cine S: ‘Teodoro, métele mano al tesoro’, ‘El fontanero, su mujer y otras cosas de meter’...

Para este cronista, el Rosi será siempre el cine de su infancia, un microparaiso integrado por 1.074 butacas donde disfruté con pistoleros y aventureros, con el Gordo y el Flaco, con Tarzán, el Zorro y tantos otros. Un paraíso que se apagó, tras una larga agonía, en 1983.