Los feos, cornalones y escurridos toros de Miura, ganadería que suele cerrar tradicionlamente la feria de San Fermín, deslucieron ayer las horas previas al ´Pobre de mí´ con su desabrido y desrazado comportamiento, ante el que resolvió con solvencia el manchego Rubén Pinar, que dio la única vuelta al ruedo del festejo, mientras que el murciano Rafaelillo vio el silencio por respuesta del público tras sus dos faenas. La ´miurada´, remendada finalmente con un toro de Fuente Ymbro que sustituyó a uno de los titulares que se lesionó en los corrales de la plaza tras el encierro, fue un lote de toros tan grande y voluminoso como mal presentado, pues, aunque aparatosamente armados, su gran volumen no estuvo acompañado del necesario remate el trapío de una plaza de primera.

Y no es que fueran ´descolgados de carnes´, como se dice en el argot, sino que apenas tuvieron cuajo, y en especial el quinto, una horrenda estructura de huesos y pellejo que contrastó con el regordío sobrero de Fuente Ymbro. Aunque paradójicamente solo hubo entre ellos quince kilos de diferencia -620 y 605- hubieran sido buenos ejemplos para explicar la diferencia entre la tisis y la obesidad mórbida bovinas.

Lo peor del caso es que, además, su juego fue pésimo: tras una salida más o menos cumplidora y sin gran celo, tras su paso por el caballo de picar todos empezaron a defenderse para, ya en la muleta, frenarse a mitad de cada pase y soltar cabezazos y derrotes con progresiva y aviesa violencia.

Ante tal panorama, una vez comprobada su negativa a embestir ni con una mediana entrega, a los toreros solo les cabía llevar a cabo una lidia efectiva y sobre las piernas, que fue lo que hizo Rafaelillo, aun con ciertos apuros con el primero, sin que el aplomado sobrero de sangre Domecq, noble pero incapaz de mover su esceso de carnes y grasas, le permitiera una excepcional alegría.

Tampoco Pepe Moral, pese a sus largos empeños, logró sacar nada mínimamente lucido de su dos zancudos enemigos, el sexto incluso con creciente sentido. Aun así, el sevillano supo aprovechar con decisión esas primeras arrancadas al capote del primero y lo toreó templado a la verónica y galleó con el airoso y a compás por chicuelinas para llevarlo al picador, donde todo se acabó.

Pero de entre la desabrida y desangelada tarde hay que salvar la solvente actuación del manchego Rubén Pinar, quien, con otro lote pésimo, mantuvo siempre una actitud de hábil e inteligente profesionalidad, muy asentado y tranquilo en la cara de ambos "miuras" para resolver sin mayores dificultades tantos problemas que con él parecieron menos. Por eso dio la única y más que merecida vuelta al ruedo de la tarde.