Cuando ya navegaba la balsa a distancia de la playa, Calypso emitió este sentido canto, arropado por el murmullo de las olas y las sirenas:

-Ya te marchas, Odiseo, entre las tropas aqueas, el más aguerrido, y, también el más caro a mi corazón. En él habitabas como señor, siendo yo una diosa. Una diosa a la que los inmortales confirieron capacidad de amar. ¡Oh, desdichada de mí, infeliz criatura enamorada que despide al amor de sus amores! Los dioses varones no padecen de amor. Sacian sus apetitos y se alejan felices y desalmados de la estuprada, sea diosa o sea mortal. Fecundan y se van. Eros, el niño dios de los ojos tapados, tiene prohibido hacer blanco con sus flechas en sus corazones. Mas no en los de las diosas como yo€ Apenas lo vi, maltrecho entre las rocas, desnudo y hermoso, supe que era el más valiente y digno entre los mortales. Y sentí a la vez, el más dulce de los dolores; el daño de amor, causado por la flecha del Niño Dios, Eros, el hijo de Venus, la diosa de la Voluptuosidad. Y me sentí mujer; me sentí mujer enamorada.