No me cansaré de repetir que si hay una certeza en esta vida, es que nos vamos a ir, y todos tenemos el derecho a nacer y morir con la misma dignidad, atención y cuidados. Por eso, aunque haya pasado una semana y los tractores, sus bocinas y reivindicaciones hoy silencien lo demás, no quiero dejar pasar la oportunidad que tengo a través de esta columna para apoyar a las familias de los 7.291 fallecidos de la comunidad de Madrid o los 318 de la Región de Murcia, que perdieron durante el covid a sus familiares en residencias. Ninguna de las dos Comunidades Autónomas permitió una comisión de investigación para saber qué sucedió, y lo más importante, qué falló para que no se vuelva a repetir. Tan seguros de su gestión no estarán cuando se han escondido como cobardes. Ninguna de las titulares de las Administraciones Autonómicas encargadas de las residencias dieron la cara y se sentaron con esas familias que han perdido a sus seres queridos, no les han cogido de la mano (cosa que ellos no pudieron hacer con sus familiares), no les han dado el pésame y acompañado en su dolor. A la mierda la farsa de homenajes que se sucedieron en los meses posteriores, pura pantomima política.
Los testimonios de sanitarios y filtraciones de informes de la policía local de la Comunidad de Madrid me siguen dejando sin palabras y con un profundo dolor e impotencia. Pero la gota que ha colmado el vaso de mi rabia contenida y lo ha desbordado son las palabras de la presidenta Díaz Ayuso en sesión plenaria la semana pasada : «Había muertos en todas partes, en las casas, en los hospitales, en las residencias, todo colapsado. Mucha gente mayor cuando iba a los hospitales también fallecía. Cuando una persona mayor estaba enferma con esa carga viral, no se salvaba en ningún sitio». Para entendernos: para qué hacer nada si iban a morir igual. Murieron solos, sin cuidados paliativos que aliviaran su dolor, agarrados a las barandillas de sus camas, sin oxígeno, sin morfina, sin una mano tendida ante el miedo que estaban pasando, es desgarrador. Dejaron a los trabajadores de las residencias abandonados, desbordados, teniendo que elegir a quién atender… Por no hablar de los criterios de exclusión hospitalaria por infección respiratoria y otras patologías, jugando a ser Dios y desahuciando en base a una tabla macabra que excluía sin valoración médica, a no ser que tuvieras un seguro privado, donde la cosa cambiaba.
This browser does not support the video element.
A menudo pienso que habría pasado sí mamá en esos días hubiera estado en una residencia, y tengo claras dos cosas: o me encierro con ella, como recuerdo aquella hija que lo hizo con su padre, o voy a buscarla y me la llevo a casa, aunque acabe en la cárcel.
Cada día cuando voy a casa le pregunto «¿qué tal estás mamá?». Ella me contesta tres veces «bien», mientras está sentada en su sillón, con las gafas nasales puestas, la máquina de oxígeno a un litro y un humidificador detrás de ella para que el ambiente no esté tan seco. El pulsioxímetro marca 89 de saturación y 90 pulsaciones por minuto, le ha encantado el puré de hoy, zanahorias con ternera y patata, ahora le toca la nebulización y 2ml de morfina para que descanse relajada y sin fatiga. Mientras la acostamos pongo la tele, «mira mamá, Gene Kelly y Leslie Carol, Un americano en París». A pesar de estar cansada, la vida a las diez de la noche pesa demasiado, abre los ojos y comenta conmigo los bailes y la música...
Los cuidados paliativos han llegado a nuestra vida, ella es una luchadora en una carrera de fondo con un final que nadie quiere, donde lo que importa es el camino recorrido, y en ello estamos, recorriendo ese camino, con mucho amor y proporcionándole, gracias al equipo de cuidados paliativos de nuestra sanidad pública, el mayor confort sin dolor. Aunque alguien a quien admiro y respeto hace un par de meses me dijo que llegados a este punto de la enfermedad, la mejor medicina es el amor y la compañía.
Para mí es inevitable pensar en aquellas personas que no pudieron ser ayudadas y acompañadas, me produce angustia y dolor, y aunque no sirva de mucho, o más bien de nada, por cada beso y cada vez que cojo su mano, estoy con cada familia que no pudo hacerlo.
Justicia y memoria.