Tiempo y vida

La recolección de miel en el arte rupestre levantino

Miguel Ángel Mateo Saura

Miguel Ángel Mateo Saura

De entre las pocas escenas de recolección con que contamos en el arte rupestre levantino, las dedicadas a la miel ocupan un papel destacado. El modelo general es el de un individuo que sube (o ya desciende) por un largo trazo vertical, a veces de aspecto serpenteante, que conecta con una zona superior en la que hay una mancha de pintura o una oquedad de la pared rocosa, que interpretamos como un panal. En el Abric de la Penya de Moixent son dos los trazos verticales por los que asciende el recolector, mientras que en la Cueva de la Araña de Bicorp llegan a ser tres. Recientemente, en el estudio de una nueva escena de este tipo descubierta en el Abrigo del Barranco Gómez de Castellote, se ha destacado el empleo de un procedimiento a priori más complejo, que lo aproximaría a una escala, al estar definido por la sucesión vertical de anillos formados a partir del cruce de los dos largos trazos verticales. Sistema que, no obstante, ya conocíamos en escenas del Abrigo de l’Ermita de Albocasser y en el Abrigo de Arpán L de Colungo. Sí es excepcional, en cambio, la composición del Abrigo del Barranco de la Higuera de Estercuel, en la que dos individuos trepan por lo que podría ser un árbol, mientras que en la base de este aguarda un tercero. Esta marcada diferencia en el elemento por el que transitan los recolectores, que se asemejaría antes bien a un elemento vegetal, nos podría estar diciendo que no se trata realmente de la recogida de miel y sí, en cambio, de otros productos, frutos o, quizás, huevos.

Determinar el sexo de los personajes representados es una cuestión sobre la que carecemos de sólidos puntos de apoyo, más allá de que alguno de ellos enseñe una especie de falda que lo aproximaría, en principio, a aquellas imágenes indiscutiblemente femeninas en las que se combinan en una misma figura esta prenda con la representación de los pechos. Pero, del resto, no tenemos rasgos anatómicos lo suficientemente claros que orienten sobre la cuestión. Algunos de ellos llevan consigo un recipiente, bien colocado a la espalda, como es el caso del pintado en el Abric del Más d’en Josep de Tírig, o también sujetado con una mano, como vemos en la Cueva de la Araña.

En varias de las escenas se habrían representado las abejas revoloteando alrededor del panal. Así sucede en la propia Cueva de la Araña, pero también en el Abric de la Penya, Arpán L, Barranco de la Higuera y, con menos nitidez, en el Abrigo del Barranco Gómez. En la mayor parte de estos ejemplos, los insectos se pintan a modo de pequeñas cruces dispuestas en torno al panal sin un orden regular.

Para la elaboración de las cuerdas y escalas se debió recurrir a los elementos vegetales existentes en el entorno, entre ellos esparto, lino o cáñamo y madera. De hecho, en los niveles mesolíticos del yacimiento de Santa Maira, en Castell de Castells, se han recuperado restos de cordelería elaborados a partir de un trenzado de esparto. Junto a ellos también se encontraron evidencias del uso de recipientes hechos de la misma fibra vegetal y recubiertos con barro, cuyo uso bien pudo ser para almacenaje, transporte o, incluso, para la cocción de alimentos.

Sin duda, en la variada dieta de los grupos de recolectores y cazadores autores del arte levantino, la miel debió ser un alimento a considerar por sus innegables aportes nutricionales, como fuente primaria de diversas vitaminas (C, B1, B2), ácido fólico, minerales (fósforo, magnesio, hierro, calcio, yodo…), diversos aminoácidos esenciales y ácidos orgánicos. Pero también por su valor como fuente de energía, al proveer de azúcares simples, la mayor parte glucosa y fructosa, cuya rápida absorción en las paredes intestinales se traduce en la provisión inmediata de energía. Unos 100 gramos de miel proporcionan en torno a 300 calorías. Además, junto a estos valores nutricionales, suma otros no menos interesantes como son sus propiedades antiinflamatorias y antisépticas.

Pero más allá de sus beneficios naturales, la miel también pudo estar revestida de una especial simbología. Sabemos que en muchas mitologías es considerada como un alimento sagrado, una sustancia divina vinculada a la inmortalidad por sus citadas propiedades antisépticas, pero también al conocimiento místico, a la revelación. Paradigmático es, por ejemplo, que entre los grupos Mbuti del río Congo se celebre la llamada “Estación de la miel”, en la que se desarrollan ceremonias de agregación entre grupos. En un documentado trabajo sobre los recolectores de miel en el arte rupestre levantino, el doctor Juan Francisco Jordán Montés terminaba preguntándose si los grupos autores de estas pinturas pudieron estimar esas mismas propiedades en la miel, lo que nos llevaría a revestir de un sentido trascendental todas estas escenas de recolección. Reconocemos que cualquier respuesta, por muy fundamentada que esté, solo será una hipótesis, pero insistimos una vez más en que somos de la opinión de que el contenido del arte levantino, en general, está impregnado de un marcado carácter alegórico. Y en este contexto, las escenas de recolección de miel no serían una excepción.

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