Horizonte de sucesos

Héroes del no

Pedro Pujante

Pedro Pujante

Uno de los arquetipos más inusuales de la literatura se corresponde con el antihéroe de la procastinación. El negativo del hombre de acción: aquel de estirpe bartlebiana, el que prefería no hacer nada. No son pocos los personajes literarios que se pueden acomodar en esta casilla de héroes inmóviles. Desde aquel Joseph Kowalski, protagonista peterpaniano de Ferdydurke, hasta tantos personajes de Kafka o Beckett, que se encuentran ‘bloqueados’ en situaciones de lo más absurdas. Además de estos estancamientos vitales encontramos otros de carácter físico aunque también teñidos por el existencialismo. Personajes que son incapaces de moverse de su cuarto de baño (El cuarto de baño, de Toussaint); de su habitación (Oblómov, de Iván A. Goncharov; Un hombre que duerme, Perec). O aquel otro personaje de Tomeo, en Preparativos de viaje, que trataba de salir de su ciudad en vano.

A esta familia bartlebiana de hombres superfluos pertenece el personaje de El cazador, de Javier Tomeo. Una novela primeriza que vio la luz en el año 1967 y que vuelve a publicarse en una cuidada edición por la editorial Pez de Plata. Julián, el protagonista, es un hombre de 35 años que vive con sus padres, y un inopinado día decide no volver a salir de su habitación. Esta decisión drástica deviene en una historia sin acción pero colmada de reflexiones e imaginaciones. El tiempo, representado por un reloj roto, se le figura a Julián detenido, lo que le «asegura un presente eterno». Está solo pero su soledad no es total. Acompañado de muñecos ha formado un ejército con el que entabla una batalla contra la realidad. Tengo la sospecha de que este Julián es un poco Tomeo encerrado en su literatura. Un hombre incapaz de comprender el mundo y de hacerse comprender. Un hombre que fabrica mundos ilusorios en los que quedarse a vivir.

Julián elabora estrategias, realiza mediciones de su exiguo territorio y conversa con su madre quien, desde el otro lado de la puerta, trata de persuadirlo de que abandone su voluntaria reclusión. Pero por lo que se va desprendiendo del texto algo no funciona del todo bien en la mente de Julián. La relación con sus compañeros de trabajo, con sus padres o con la vecina. Además, algunas oscuras ideas nos hacen pensar que su final no va a ser demasiado feliz. La línea entre cordura y locura es un fino alambre por el que Julián camina balanceándose peligrosamente, obligándonos a cuestionar qué es lo ‘normal’.

Tomeo, escritor de distancias cortas, ya mostraba en esta novela su capacidad para componer con materiales mínimos historias de gran calado. No solo por la originalidad de su planteamiento, la capacidad para sumergirse en la psique humana o estructurar un relato de apariencia sencilla pero bien trabada. También para evitar los barroquismos tan comunes en escritores primerizos y mostrar una voz muy personal que le acompañaría en el resto de sus numerosas novelas cortas y cuentos.

Tomeo, hijo de Kafka y hermano de César Aira, es uno de los raros que pueblan el panteón de nuestras letras. Hay que volver a él y no dejar de encenderle de vez en cuando una vela en el altar de nuestras más sagradas y estrambóticas lecturas.

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