El prisma

Agitar el avispero

Sin un duro extra en el presupuesto ni ideas de fuste para invertirlo con provecho, la administración regional es un mastodonte moribundo que solo sobrevive, mal que bien, gracias al masaje cardiaco que cada día le aplican unos funcionarios envejecidos, mal dotados, peor distribuidos y cuya carga de trabajo, en no pocos casos, impide un funcionamiento de los servicios públicos medianamente razonable

Pablo Molina

Pablo Molina

La Región de Murcia es una balsa de aceite (algunos dirían de cieno) en términos electorales, cuyo único interés consiste en constatar las dimensiones del trasvase de votos entre las fuerzas de la derecha, teniendo todos asumido que la izquierda no va a ser capaz de ahormar una mayoría de Gobierno en las próximas dos o tres generaciones. Así las cosas, la política regional debería ser un puto aburrimiento, sin altibajos de relevancia ni movimientos tectónicos llamados a dar un giro al tablero político. Es tal la diferencia de votos y escaños, que el PSOE solo tiene como meta razonable conquistar algún éxito en Ayuntamientos importantes, magro consuelo que no oculta el fracaso recurrente de estas siglas en el plano autonómico desde hace ya más de un cuarto de siglo.

Pero la constatación inevitable de que no habrá cambio de color político tras las próximas elecciones autonómicas no va a impedir a las fuerzas sociales contrarias al actual Gobierno manifestar su oposición en las calles, algo a lo que, sin duda, todo el mundo tiene derecho. Motivos para protestar siempre los hay y más en una comunidad autónoma gobernada desde hace eones por el mismo partido, con todo lo que esa circunstancia arrastra consigo. A eso hay que sumar la imperiosa necesidad de financiación del Gobierno regional, un mal que viene de lejos y al que el propio PP ni supo ni quiso poner remedio durante los años en que gobernó con mayoría aplastante. Sin un duro extra en el presupuesto ni ideas de fuste para invertirlo con provecho, la administración regional es un mastodonte moribundo que solo sobrevive, mal que bien, gracias al masaje cardiaco que cada día le aplican unos funcionarios envejecidos, mal dotados, peor distribuidos y cuya carga de trabajo, en no pocos casos, impide un funcionamiento de los servicios públicos medianamente razonable.

Hay quien dirá que las manifestaciones anunciadas para esta primavera son oportunistas, pero es que también ese es un derecho de los ciudadanos y las organizaciones civiles en que se agrupan, el de utilizar el calendario político para que sus protestas tengan la máxima efectividad. La politización de estos movimientos de contestación es también una acusación habitual, como si los partidos que gobiernan no utilizaran todavía con igual intención aquello que gestionan para obtener réditos políticos cuando se acercan las elecciones.

Así pues, en las próximas semanas hasta finales de mayo vamos a asistir a una batalla en la esfera pública entre los que opinan que la Región de Murcia es un lugar insufrible, gestionado por un Gobierno que reúne en torno a la mesa del Consejo de Gobierno lo peor de la política y los que, por el contrario, afirman que López Miras es un hombre providencial, sin el cual la vida de los murcianos carecería de sentido.

A estos efectos, el papel más cómodo es el de Vox, que puede seguir ejerciendo de hater de unos y otros con la ventaja incuestionable de que no necesita contar con ninguno de ellos para alcanzar sus objetivos. Es el PP el que necesita a los de Abascal si quiere seguir en San Esteban, porque las encuestas palaciegas que ponen a López Miras a tiro de la mayoría absoluta no se las cree ni Violante Tomás, por poner un ejemplo extremo de hooliganismo desenfrenado.

Que la primavera va a venir caliente es un hecho a falta únicamente de consumarse. Asistiremos a no pocas concentraciones, manifestaciones y algaradas contra el PP, una realidad que los populares tendrán que asumir con resignación. Ya quisiera el PSOE que le hicieran manifas por llevar tres décadas gobernando aquí.

Suscríbete para seguir leyendo