Luces de la ciudad

Pasaba por allí

Ernesto Pérez Cortijos

Ernesto Pérez Cortijos

En varias ocasiones me he preguntado si, al igual que catalogamos a ciertas personas con distintos dones como el de la palabra, la toxicidad, la seducción, ser gafe, existen, también, las que tienen el don de la oportunidad. Esas que, para lo bueno o lo malo, siempre están en el lugar adecuado en el momento justo. ¿O es todo producto de la casualidad?

Estadísticamente, deberíamos ser protagonistas, al menos, de una casualidad excepcional en la vida, pero ‘qué casualidad’ que siempre les sucede todo lo extraordinario a estas personas, las del don de la oportunidad, digo. Si alguien encuentra dinero por la calle son ellas. Si roban en un establecimiento, ellas están dentro. Son ellas las que pierden un vuelo que más tarde se estrella. Incluso algunas, por ese mismo don de la oportunidad, regresan a casa antes de tiempo y se topan de frente con esa temible frase lapidaria: «Cariño, esto no es lo que parece». Y si les preguntas cómo ha ocurrido tal o cual cosa, se encogen de hombros y te responden: «Pasaba por allí».

Según un artículo publicado hace unas semanas en la revista XLSemanal, los matemáticos y expertos en estadística defienden que las casualidades, por más extraordinarias que sean, son producto del azar y de las leyes de las probabilidades matemáticas.

El otro día, escuchando música en la radio, recordé una canción que me hubiera gustado disfrutar en ese instante. A los pocos segundos, ese mismo tema sonó en el transistor. Nada excepcional, lo sé. A todos nos habrá ocurrido alguna vez esto o algo parecido: pensar en una persona y encontrárnosla unos minutos más tarde, coincidir en el regalo con otros invitados de una ceremonia, recibir una llamada sorpresa de alguien a quien estás mencionando… Casualidades cotidianas a las que aludimos con frases tan populares como «hablando del rey de Roma…» o «el mundo es un pañuelo»

Pero, realmente, si entendemos la casualidad como algo imprevisible y, por tanto, imposible de evitar, no necesariamente tiene que estar vinculada con alguna acción o deseo previamente diseñado en nuestra mente.

Lo más inesperado puede ocurrir en los momentos y lugares más insospechados. Cuentan que Anthony Hopkins fue a comprar la novela en la que estaba basada el guion de su próxima película y no la encontró en las librerías. Sin embargo, al regresar a su casa en metro halló un ejemplar olvidado en el asiento contiguo. Para colmo, el libro, subrayado por completo, pertenecía al autor de la novela, que lo había perdido.

Quizás, acostumbrados a la ley de causa y efecto que rige nuestro buen entender, determinadas casualidades nos sigan sorprendiendo. Incluso muchas personas piensan que la casualidad no existe y que las cosas siempre ocurren por algo. Para Voltaire, «azar es una palabra vacía de sentido, nada puede existir sin causa».

Es indudable que para que se produzca una situación casual o no, deben producirse al menos dos hechos coincidentes en el tiempo y en el espacio. En el siglo pasado, pensadores como el biólogo austriaco Paul Kammerer, el psicólogo suizo Carl Gustav Jung o el premio Nobel de Física Wolfgang Pauli opinaban que esto se debía a una ley universal y desconocida.

Yo, la verdad, ya no sé qué pensar. Aun así, todas las semanas juego a La Primitiva con la esperanza de que el azar, la suerte, las causas, los efectos o el don de la oportunidad se manifiesten porque, vamos, tocar no toca ni por casualidad.

Suscríbete para seguir leyendo