Espacio abierto

La copa del mundo de la desigualdad

Ilustración.

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+ mujeres, Colectivo de Mujeres por la Igualdad en la Cultura

Desde que el 2 de diciembre de 2010 se anunciara que la sede de la copa del mundo de fútbol 2022 sería el Estado de Qatar, la polémica ha rodeado esta celebración. Más allá de los intereses económicos que ocultó esta decisión, la principal polémica se ha centrado en la vulneración que este estado feudal hace de los derechos humanos. 

Según el informe elaborado por Human Rights Watch (HRW) el 95% de los trabajadores empleados en la construcción de las infraestructuras necesarias para poder realizar el Mundial eran migrantes procedentes de India, Nepal, Bangladesh, Uganda y Kenia, entre otros. Estos trabajadores han sufrido continuas violaciones de sus derechos, como impagos de salarios, horas extra no remuneradas, salarios inexactos. Por no hablar de cómo se han tapado los continuos accidentes laborales y las cifras de trabajadores muertos durante la construcción de estos estadios. Todo esto a pesar de que, en el año 2017, Qatar se comprometió con la OIT (Organización Internacional del Trabajo) a defender los derechos de los obreros y a acabar con el sistema que vincula la visa de un asalariado con el de sus empleadores (la Kafala), esto no ha ocurrido. Este sistema, muy cercano a la esclavitud, impide que un empleado cambie de lugar de trabajo si no tiene el permiso de su empleador. Este método coloca a los trabajadores y trabajadoras en situaciones muy complicadas, y es especialmente preocupante para las empleadas de hogar internas, que no solo trabajan sino que también viven en el mismo domicilio que sus patronos. 

Además de las polémicas relacionadas con el trato recibido por los emigrantes, otra de las violaciones de los derechos humanos está relacionada con el colectivo LGTBQ+. El código penal catarí considera que las relaciones homosexuales entre hombres violan los preceptos de la Ley Islámica, y están penadas hasta con siete años de prisión. Esta misma ley penaliza las demostraciones de afecto en público, lo que atenta contra la libertad de expresión y vulnera los derechos de las personas, además de colocarlas en un estado de inseguridad, ya que las autoridades no se hacen responsables de los ‘actos’ que cometan sus ciudadanos defendiendo las agresiones a sus creencias religiosas.

Para mostrar su apoyo a este colectivo, los capitanes de siete selecciones mundiales decidieron llevar un brazalete con la bandera arco iris, pero la FIFA amenazó con imponer sanciones a quienes saltaran al campo con él. Para protestar contra esta amenaza la selección alemana posó para la prensa tapándose la boca, un gesto claro de denuncia contra la censura a la que se les ha sometido. 

Pero el colectivo que más pierde en un país donde el 70% de la población es masculina, son las mujeres. En Qatar las mujeres están tuteladas, necesitan de la autorización de su padre o marido para tomar decisiones como casarse, estudiar, viajar al extranjero e incluso recibir tratamientos relacionados con su salud reproductiva. Además, sus testimonios en los juicios tienen menos valor que el de un hombre y heredan menos que ellos. Y mientras que un hombre puede divorciarse de manera unilateral, a ellas se les impide divorciarse, y si una mujer acude a la Justicia para solicitarlo, se arriesga a perder a sus hijos.  

Ejercer la tutela sobre las mujeres no hace sino reforzar el poder que el hombre tiene sobre ellas, controlando sus vidas e incluso pudiendo favorecer situaciones de violencia. Para Rothna Begum, investigadora sénior sobre derechos de la mujer de Human Rights Watch, «al aplicar las normas de tutela masculina, Qatar le falla a las mujeres y queda rezagado con respecto a países vecinos cuando en algunos planos estuvo a la delantera. Qatar debería eliminar todas las normas discriminatorias contra la mujer, dar a conocer estos cambios, sancionar leyes contra la discriminación y asegurarse de que las mujeres tengan espacio físico para exigir sus derechos». Esta organización entrevistó a 50 mujeres y analizó 27 de sus leyes para concluir en un estudio sobre la discriminación en el emirato. Dicho estudio se remitió a las autoridades junto a una carta con recomendaciones.

El Gobierno de Qatar rechaza este estudio y asegura que las mujeres desempeñan un enorme papel en la vida cotidiana del país. Qatar es una monarquía feudal en la que los partidos políticos no están permitidos. El poder lo ostenta el emir y existe un Consejo de Ministros formado por 18 miembros, de los que solo tres son mujeres que ocupan las carteras de Sanidad, Educación y Familia. 

En un intento por ‘maquillar’ esta realidad, la FIFA incluyó en uno de los partidos del Mundial el arbitraje de tres mujeres. Como si esto pudiera desviar la atención de que en los estadios la cantidad de público femenino en las gradas es muy escasa.

Haber elegido como sede un país que pisotea los derechos de la mitad de la población mundial y de otros colectivos es una señal de que la copa del mundo de fútbol es más un negocio que un evento deportivo. Son muchas las voces que se han dejado oír estos días denunciando esta decisión. Ningún país que ignore los derechos de las mujeres, del colectivo LGTBI+, de los trabajadores, o cualquier otro derecho humano, debería poder organizar eventos de este tipo. Porque en este Mundial la libertad y la igualdad están en juego.

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