La Cumbre del Clima que se está celebrando en Egipto estos días es, en sí misma, el monumento a la hipocresía más obsceno con que la clase política internacional nos ha abochornado en los últimos años, lo que no es poco estando el listón a la altura que estaba. Los dirigentes mundiales y sus nutridos equipos de asesores se han reunido en una de las ciudades balneario más lujosas del mundo, a orillas del Mar Rojo, para lo cual han fletado casi 200 aviones, que van a lanzar a la atmósfera más contaminación y gases de efecto invernadero que usted y yo con nuestro utilitario en toda nuestra vida. Ellos en avión hasta para ir a la esquina y usted a gastarse 20.000 euros extra en un coche eléctrico, si no quiere ir andando a todos lados. Ese es, en esencia, el objetivo de estos encuentros.

Pero lo que realmente constituye un insulto a la inteligencia es que los mandatarios internacionales se reúnan para establecer nuevas coacciones, sanciones e impuestos a los ciudadanos con la matraca del apocalipsis climático que dicen que se avecina, mientras los países responsables de la mayor parte de las emisiones del planeta permanecen al margen porque, con excelente criterio, no van a devolver a la miseria a sus pueblos en vías de desarrollo solo para que los progres occidentales laven su mala conciencia ecológica.

China emite la cuarta parte de todo el C02 del planeta Tierra. En consecuencia, no está en la cumbre de Egipto ni tiene el menor interés en aplicar unos acuerdos que el Partido Comunista Chino se va a pasar por el forro de la Gran Muralla, como ha venido haciendo hasta ahora. Lo mismo ocurre con India, otro subcontinente que lucha por dar de comer a su pueblo y sacarlo de la miseria, para lo cual necesita energías baratas como el carbón, precisamente la fuente más perseguida por los calentólogos por sus emisiones de C02. Pero podemos estar todos tranquilos, porque el clima seguirá cambiando exactamente igual, con China y la India o sin esos dos países, que eso al planeta Tierra le da igual.

La ONU y sus, digamos, expertos, aseguran que un aumento en la concentración de C02 provocará la subida de la temperatura media del planeta en dos grados en los próximos 50 años, un argumento al que se le pueden presentar varias objeciones, a saber.

El C02 es el 0,004% de toda la atmósfera. De ese total, ciertamente insignificante, solo una pequeña parte se debe a la actividad humana. El resto obedece a procesos naturales como la evaporación de los océanos, los volcanes o la actividad de los seres vivos. No sabemos si la Tierra se está calentando por encima de lo normal. Si se está calentando, no sabemos si esto obedece y en qué medida al aumento del C02 de la atmósfera (recordemos: el 0,004 % del total). Si damos por buenas las dos posibilidades anteriores, tampoco sabemos si las medidas que imponen los Gobiernos van a tener una influencia perceptible en el volumen de dióxido de carbono en la atmósfera. Finalmente, si nos creemos todo lo anterior, los efectos planetarios van a estar entre lo ínfimo o lo inapreciable, según los propios modelos matemáticos elaborados para justificar la locura ultraecologista de los gobiernos de los países más avanzados. 

¿Y el Mar Menor? No sé, pero sospecho que una subida del 0’001% del CO2 atmosférico va a influir menos en la calidad de las aguas que los miles de toneladas de porquería que los Ayuntamientos ribereños vierten cada año a la laguna. Igual convendría empezar por ahí.