La Opinión de Murcia

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Bernar Freiría

Pasado de rosca

Bernar Freiría

La gran duda

La guerra, por su propia naturaleza, conduce a la puesta en tela de juicio de todo lo que se daba por establecido hasta su estallido. No obstante, la invasión emprendida por Putin en Ucrania nos ha dejado unas cuantas firmes certezas. En primer lugar, la condición de potencia mundial de Rusia ha quedado seriamente en entredicho. Su intento de instalar un Gobierno títere en Ucrania tras una invasión relámpago ha resultado totalmente fallida. Eso pone de manifiesto que su ejército dista mucho de ser el que se le supone a un país que pretende ser hegemónico. Un ejército con problemas de logística, de suministros, de estrategia de combate, de información precisa para anticiparse a las acciones del enemigo es un ejército mediocre. 

Otra certeza que nos ha brindado la guerra es que la dependencia de un único suministrador para un bien -sea este una fuente de energía o los tan imprescindibles chips- deja al importador en una posición de debilidad que puede dañarlo seriamente. ¿Pone esto punto final a la globalización? Sin duda, tal como la entendíamos hasta ahora. Rusia no se ha conformado con utilizar astutamente las potentes armas de que disponía, que no eran otras que el gas y el petróleo, y ha decidido usar las armas nada metafóricas de fuego real contra un país que se estaba saliendo de su órbita. Eso nos enseña que importa mucho distinguir qué países son socios fiables -fiables hasta cierto punto, véase como el socio Macron trata de sacar tajada de la debilidad energética alemana- de los que no lo son.

Los servicios de inteligencia se han revelado también como un factor decisivo en los conflictos, esto hace tiempo que lo sabemos. Si Ucrania está plantando cara a Rusia es, desde luego, gracias al armamento tecnológicamente avanzado que le suministran Estados Unidos y Europa, pero sobre todo gracias a las valiosas informaciones de la inteligencia occidental que orientan sus ataques.

Emerge igualmente, aunque tampoco es nueva, la certeza de que la guerra encanalla a los combatientes. La inteligencia estadounidense empieza a dar por hecho que al menos parte del Gobierno ucraniano promovió la operación encubierta que tuvo como resultado el asesinato de Daria Dugina, hija del ideólogo ultranacionalista ruso Alexander Dugin. Defenderse del invasor está bien, pero los atentados cobardes son canallas incluso en tiempo de guerra.

Tras todas estas certezas subyace la gran incógnita de si finalmente Putin, viendo que su mediocre ejército no puede ganar la guerra en la que se ha metido, ni siquiera con las movilizaciones exprés de reclutas, se decide o no a usar el arma nuclear. Y la correlativa de lo que sucedería después de lanzada la bomba.

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