La Opinión de Murcia

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Elena Pajares

Mamá está que se sale

Elena Pajares

Medianoche en Javalí

Era medianoche en la pedanía murciana de Javalí Viejo cuando empezó a llover el día 26. Se habían anunciado lluvias, y no era la primera vez que incluso se desbordaba la rambla, pero nadie imaginaba lo que venía. En poco tiempo, ya caía el agua a manta. Algunos vecinos se asomaron a sus ventanas y ni aun así vieron el peligro. Se acostaron a dormir. Pero en ese rato entre las doce y la una de la madrugada la lluvia ya apretaba. Es difícil de imaginar, si no lo ves, la cantidad de agua que suponen cuarenta litros por metro cuadrado. Se dice pronto. Ahora piensa en esa misma cantidad de agua, pero cayendo toda en diez minutos. Lo que cae es un monstruo, una gran masa de agua que arrolla todo lo que se encuentra a su paso. Y eso es lo que habría pasado, esa noche en Javalí, de no haber encontrado el agua las naves de Antonio Abellán.

La rambla de la Ventosa, a su paso por Javalí, hace un recorrido extraño, una doble curva que parece que abraza a la pedanía. E incluso hay un tramo de la rambla en la que está encauzada, desde hace años. Ni el encauzamiento pudo esta vez con ese diluvio. El agua le pasó por encima en cuestión de minutos, y lo anegó todo. «Sacó sus escrituras», como dicen en la huerta, y recobró por unas horas lo que hace tiempo fue suyo.

Ahí encaró la calle San Nicolás, y la casa del pobre hombre al que se llevó para siempre, después de entrar en su casa atravesando un muro de ladrillos que arrancó de cuajo, como si fuera de cartón.

El estruendo despertó a los vecinos, que sólo acertaron a ver cómo la rambla, ya desbordada y cargada con pinos, piedras y todo lo que arrastraba desde que nace allí arriba en Molina, corría salvaje rambla abajo. Los vecinos, ya en sus ‘terraos’, sólo miraban cómo se lo llevaba todo, coches y enseres que quedaron hechos un ovillo de chatarra. Ellos, sin poder bajar a sus casas, inundadas todas en más de un metro de altura.

Quiso el destino que, en la trayectoria que describió la tromba de agua estuvieran las naves de Antonio Abellán. Un taller de carpintería de casi 4.000 metros cuadrados, y afortunadamente para todo el pueblo, con un sótano de tres metros de altura. ¿Qué por qué digo esto? Porque al agua, en su recorrido enloquecido, le dio por entrar allí. Inundó el sótano y la nave en su totalidad, con más de 4.000 metros cúbicos de agua. Para los de letras como yo, cuatro millones de litros de agua descansaron allí, entre maquinaria de carpintería, materiales y, cómo no, recuerdos de una vida productiva. Y desde allí fue laminándose, vaciando el agua poco a poco.

De no haber encontrado el agua ese improvisado ‘tanque de tormentas’, y de no haber sido retenida allí esa masa de agua, la tromba habría entrado, en su totalidad, en la calle San Nicolás, y habría sepultado sin misericordia el barrio entero.

Al día siguiente, a la hora de ver los daños, en la nave de carpintería no quedaba nada útil. La maquinaria con la que se había construido, años atrás, el pabellón de la Expo, o más recientemente se habían hecho trabajos para Caravaca Jubilar, o del Museo de las Anas, estaba allí tirada, embarrada e inservible. Quizá su mejor obra fue salvar a sus vecinos.

Decía el Quijote que siempre la fortuna deja una puerta abierta en las desdichas. Esta vez han sido los vecinos de Javalí los que pueden considerarse afortunados. Los propietarios de la carpintería, en cambio, y sabiéndose abocados al cierre, no pueden pensar en el bien superior al que han servido. Solo dicen «ahora limpiamos, mañana ya veremos». Unos y otros bien podrían ser las dos caras del dios Jano.

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