La Opinión de Murcia

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Enrique Nieto

Pintando al fresco

Enrique Nieto

The Young ones

Una joven pasa por la puerta de una inmobiliaria de la ciudad de Murcia.

Ayer, estuve charlando con un pequeño grupo de jóvenes, hijos de amigos, y uno de ellos -24 años, carrera universitaria recién acabada – me dijo que se emancipaba, que había alquilado un piso, a medias con otro compañero, porque iba a preparar unas oposiciones. Me extrañó que esto fuera posible, que a tan temprana edad dispusiera de los medios económicos para poder llevar a cabo este proyecto de vida. Más tarde me enteré que una herencia directa de un familiar le permitía disponer de dinero suficiente, así que el muchacho podrá estudiar en buenas condiciones, sin que nadie le moleste, manteniendo uno de esos ‘horarios de opositor’ que muchos conocemos, que consisten en comer cuando se tiene hambre, dormir cuando se tiene sueño y estudiar el resto del tiempo, con alguna concesión a salir a correr un rato, y, al menos un día por semana, poder ver a la pareja y quizás dormir con ella/él, para, al día siguiente, sentarse a estudiar más relajado. Que se tenga opción a emanciparse tan joven es, en los tiempos actuales, algo totalmente reservado a unos pocos chicos y chicas con circunstancias muy especiales, como esta.

A lo largo de las tres generaciones de las que voy siendo testigo, la situación de los jóvenes ha ido cambiando muy ostensiblemente. Los de la primera, la mía, los nacidos en los años de la posguerra civil, salvo el grupo no muy numeroso de gente que tenía bienes, y que no los había perdido en el cambio de régimen político, el resto de personal tuvo que buscarse la vida cada uno como pudo. Hubo mucha emigración de los pueblos a las ciudades y también de España hacia el resto de Europa, sobre todo a Alemania, Francia y Suiza (más de un millón de hombres y mujeres abandonaron nuestro país en tren, con una pequeña maleta de madera con un par de mudas, y un bocadillo de tortilla o de magra frita con tomate). Los que nos quedamos tratamos de situarnos donde queríamos estar, aunque muchos tuvieron que conformarse con lo que aquella situación miserable les ofrecía. Otros, muy pocos, con tremendos esfuerzos, conseguimos acceder a la Educación y a la Cultura casi de milagro.

La segunda generación de jóvenes que he conocido podría ser la de los hijos de los anteriores que ahora pueden tener alrededor de los cincuenta años, unos cuantos abajo o arriba. Estos han tenido suerte pues muchos de ellos no tuvieron problemas, al menos a la hora de iniciar su vida independiente. Materialmente todos los padres, desde las clases altas a las medias y las bajas –por supuesto no a las bajísimas – pudieron ofertarles a sus hijos una buena formación universitaria o profesional que les permitió iniciar esa vida de emancipación con bastante facilidad. En los noventa y a principios de los dos mil hubo muchas oportunidades de encontrar trabajo si estabas bien preparado, y también el mercado del turismo proporcionó empleos, aunque de algunos de estos más vale no hablar en cuanto a explotación de muchos trabajadores con jornadas extenuantes de horas extras que luego no se pagaban.

La situación actual de los jóvenes es perfectamente conocida por todos ustedes. A los universitarios los formamos, incluso hasta llegar al doctorado, lo que le cuesta al Estado un dineral, y, después, ellos se marchan a investigar a otros países porque aquí no tienen opciones. Las emancipaciones están por los 30 años, la paternidad por los 35, los alquileres por las nubes, las compras de casa son inalcanzables hasta que las canas enmarcan sus nobles rostros. Y así sucesivamente. Los Shadows cantaban, ‘The Young ones, shouldn´t be afraid’, (Los jóvenes no deberían tener miedo) pero es que vivieron en otra época, muchachos.

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