Que el mundo corre un grave peligro si no conseguimos disminuir sustancialmente el vertido del C02 a la atmósfera es un hecho incontrovertible a estas alturas. Que se eso se tenga que conseguir necesariamente y al 100% con energías renovables es un planteamiento claramente opinable, y oponerse a otras soluciones compatibles, transitorias o definitivas, es un planteamiento ideológico con tintes radicales, que es lo que caracteriza a nuestro Gobierno populista de izquierdas, que no podría haber encontrado mejor vocera que la actual ministra de la cosa, cuyo cargo no pongo en toda su extensión porque agotaría las mil palabras de este artículo.

Solo el componente ideológico ayuda a explicar que, un país dependiente en un noventa por ciento de la energía que nos venden otros países, incluida la energía proveniente de las centrales nucleares francesas, se empeñe en cerrar definitivamente centrales nucleares ya amortizadas y que tendrían muchos años de vida por delante. Entiendo que se cierren las centrales de carbón por el efecto perverso de sus cuantiosas emisiones, aunque no hubiera hecho falta precipitarse en demoler una instalación todavía útil para el caso de una emergencia como la actual, pero que se dé el cerrojazo a instalaciones que producen energía a un precio razonable y limpia de gases de efecto invernadero, no es entendible desde cualquier punto de vista.

Ahora tenemos a nuestro Gobierno y a su ministra del cargo interminable presumiendo de ‘isla energética’ y no queriendo cargar con la parte alícuota de ahorro que nos corresponde de forma solidaria ante la emergencia energética. Es verdad que, para tontos e ideologizados, los alemanes, con una Merkel que decidió de un plumazo acabar con las nucleares para entregar la industria alemana atada de pies y manos al suministro de gas de Putin, lo que le permitió a este pensar que invadiría Ucrania sin más consecuencia práctica que los típicos gimoteos de Estados Unidos y la Unión Europea, como siempre ha sido desde su invasión de Georgia. De isla energética podrían presumir los franceses, cuyo suministro depende casi exclusivamente de su propia industria nuclear, o Italia, cuyo suministro de gas, ampliado en estos días, depende de Argelia, un país suministrador y amigo de los italianos, que a su vez es suministrador hostil de nuestro país, por obra y gracia del ínclito Sánchez y sus juegos malabares en geopolítica.

En cuestiones de energía también rige el principio establecido por el célebre economista John Maynard Keynes en relación con las consecuencias negativas a medio plazo de la expansión fiscal y monetaria: «en cien años, todos muertos». Es verdad que la energía nuclear produce residuos radiactivos, pero las probabilidades de que se produzca un accidente relevante en un almacén de estos residuos en una instalación controlada como la que acaban de construir los finlandeses, en los próximos cien años es claramente despreciable. Porque se podrá discutir si a las centrales de fusión le quedan una o dos décadas para ser viables comercialmente (no las tres décadas que siempre se alejaban conforme pasaban los años), pero lo que está claro es que «en cien años todo será fusión». ¿Y entretanto qué?

Entretanto, ninguna fuente de energía es perfecta. Lo que sí sabemos es la que es más imperfecta que sus alternativas. El carbón hay que desecharlo definitivamente, aunque los alemanes hayan reactivado sus centrales térmica de carbón, con la aquiescencia de los verdes que comparten el Gobierno de Berlín, ante la perspectiva del corte del suministro del gas ruso. El petróleo no resistirá probablemente el impuesto sobre las emisiones de CO2 que tarde o temprano se impondrán cuando se acabe esta crisis. 

De ahí nos quedan tres fuentes de energía primaria compatibles con el cese progresivo de emisiones para combatir el calentamiento global: las renovables, el gas y la nuclear. Por algo Europa (la Comisión y finalmente el Parlamento Europeo) ha admitido las dos últimas como fuentes energéticas aceptables, con condiciones, en el contexto de los objetivos climáticos. A lo cual (oh, sorpresa) se ha opuesto, afortunadamente sin resultados, el gabinete populista de izquierdas que nos desgobierna.

Y es que depender en estos momentos al cien por cien de las renovables no es en absoluto viable. Sin contar que cada vez se alzan más voces por el incremento descontrolado de ocupación del territorio (incluidas enormes extensiones de tierra aptas para el cultivo) y el deterioro paisajístico, en tierra y en el mar, que produce el auge de instalaciones solares y eólicas. Aunque el progreso de las renovables ha sido espectacular en las últimas décadas, y la reciente puesta en marcha por Iberdrola en Portugal de una central de paneles conectada a un sistema de elevación y posterior suelta del agua es un ejemplo de lo que puede dar de sí la producción de energía solar unida a un recurso de almacenamiento, la verdad es que las renovables dependen del clima y de los ciclos solares y estacionales. Para asegurar el suministro necesitan el respaldo permanente de las centrales de gas de ciclo combinado. Precisamente al gas se le ha abierto en los una puerta hacia su viabilidad a largo plazo como energía no contaminante mediante la instalación en centrales e industrias de sistemas de captura y almacenamiento de carbono, conocidos como CCS por sus siglas en inglés.

España, o más bien nuestro gobierno de iluminados, sigue oponiéndose cerrilmente a la energía nuclear, la más limpia y estable de todas, cuando los Gobiernos del mundo entero están desempolvando los proyectos que habían quedado en el cajón debido a los prejuicios de la opinión pública. Por cierto, una opinión pública conveniente alimentada por sibilinas pero constantes intoxicaciones financiadas por los grandes productores de petróleo. 

Hay que entender que países enteros, como Rusia, Venezuela o las dictaduras de la península arábiga (¿por qué la naturaleza les ha otorgado el petróleo a los países gamberros, o son gamberros por tener petróleo?), tienen intereses enfrentados con la nuclear y las renovables. Ninguna fuente de energía (primaria ni secundaria) está exenta de problemas, incluidas las renovables, y en espera de la fusión nuclear. 

Ahora el mundo se está empezando a preguntar donde vamos a almacenar los cientos o miles de millones de baterías que se fabricarán para los coches eléctricos una vez que finalice su ciclo vital y sirvan solo como desechos polucionantes. Y es que si ha quedado clara una cosa por el cambio climático y la actual crisis del gas ruso, es que el radicalismo y la ideología casan mal con la gestión energética. Lo que precisamos es menos radicalismo y más pragmatismo y sentido común.

IDEOLOGÍA, ENERGÍA Y SENTIDO COMÚN