La Opinión de Murcia

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Herminio Picazo

Verderías

Herminio Picazo

Tiempo de cine de verano

El cine de verano es el mejor invento de la humanidad después del fuego y la rueda, y no se me alcanza a imaginar cómo podría soportarse sin él un verano que en nuestra tierra es como una mala experiencia amorosa: te calienta, te estruja hasta la última gota y finalmente te abandona en medio de un charco de sudor y lágrimas. 

Todos sabemos que el verano en Murcia es inmisericorde, democrático (destroza a todos por igual), intenso, calmo, descarado, fatuo, y que no se puede hacer sino sucumbir a su influjo, agarrarse desesperadamente al aire acondicionado que más a mano se tenga, o al ventilador de aspas, o al más hispano abanico, y dejarse consumir con lentitud tropical hasta que allá, por el lejano final de octubre, otras perspectivas climáticas nos devuelvan la posibilidad de respirar aire y no directamente calorías.

Quizás para compensar tal asfixia, las noches veraniegas murcianas ofrecen algunas buenas ideas que nos hacen más soportable la temperatura, como son los conciertos de La Mar de Músicas, el Festival del Cante de las Minas o el de San Javier. Pero esas son rarezas culturales que sirven sólo para recordarnos que la noche es algo más que darle vueltas a la sábana para procurar finalmente dormir. En el día a día, en la cotidianeidad del calor sofocante murciano, únicamente surgen por derecho propio, como una milagrosa tabla de salvación, las noches pasadas en los cines que tienen como único techo el de los astros y los cometas.

Si son adictos a ver películas al aire libre como yo lo soy, coincidirán conmigo en que no existen palabras suficientes para glosar el cine de verano, esa magia especial que tiene sentarse bajo las estrellas, con la luna en creciente justo sobre la pantalla, y dejarse arrullar hasta que los títulos de crédito del final nos recuerden que toca poner los pies en la tierra caliente. Cerveza, bocata en ristre, preferiblemente de tortilla, cojín para la silla los más previsores, aután o cualquier otro repelente de insectos si corresponde, toneladas de pipas, buena compañía y olor a jazmines. Poco más se le puede pedir a una vulgar noche de verano. 

Sin embargo los cines de verano van desapareciendo. Nos quedan bastantes por las playas, un par de cines comerciales en donde no hay playa y algunas iniciativas de ayuntamientos para cine veraniego en sus lugares públicos. Por todo ello creo que esta modalidad de cine debería ser declarado de interés público, ya que no en vano contribuye a que el personal en verano gaste mejor humor y por tanto aumente la productividad laboral, disminuya el gasto público sanitario en psiquiatras o sean más seguras las carreteras, por poner sólo unos ejemplos. Recuerden cómo en El Extranjero de Camus el protagonista se ve irremediablemente impelido a matar por el tremendo calor que genialmente describe la novela. Está por tanto sin cuantificar el enorme beneficio social del cine de verano en términos de asesinatos ahorrados a la colectividad.

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