La Opinión de Murcia

La Opinión de Murcia

Las fuerzas del mal

La edad dorada

Blake Lively, en la Met Gala 2022. ANDREW KELLY

La última gala del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York iba de eso, específicamente, de la Edad Dorada, no la platónica, sino la que vio crecer en Estados Unidos las fortunas y mansiones de los magnates de la industria mientras que un viejo dinero los miraba con desdén no exento de envidia. Aunque en un nuevo mundo, el marco de esa Edad Dorada, que empieza tras su guerra civil era, aparte de capitalismo salvaje, una confrontación entre lo nuevo que quería ser asimilado por lo viejo, que no quería cambiar en exceso su mundo y donde reinaba Mrs. Astor, que era guardián de esos Cuatrocientos que el mito decía que eran los que podían albergar su salón de baile y que debían representar lo más granado del viejo dinero neoyorkino, con las adquisiciones del nuevo que resultaran, por pose, educación o matrimonio, adecuadas para esa lista. Resulta curioso que nombres que nos resuenan como poderosos ahora (Vanderbilt, Rockefeller, Carnegie) fueran considerados advenedizos en su momento. El dinero es más volátil que la sangre, por más que esta sea azul, aunque, como decía mi abuela, a la que le des una patada al esos árboles genealógicos que parecen descender de la pata del Cid, se cae un alpargate.

En la gala, algunos, sobre todo ellas, que siempre son las que mejor se leen las instrucciones, acertaron intentando evocar ese tiempo de lucha, conflicto y también miserias, esa Edad Dorada, adjetivo que le viene de un relato de Mark Twain y que señala que había más brilli brilli que de oro. Aún así algunos de esos nombres fueron importantes filántropos de su tiempo, creyendo que su deber era la mejora de la sociedad y no el simple acaparamiento de riquezas, aunque fueran astutos e incluso despiadados en esto último. De hecho, para romper el monopolio de la Standard Oil de Rockefeller surgen las primeras regulaciones contra ese capitalismo salvaje que son las leyes antitrust.

En la gala el que mejor acertó, a mi entender, fue Elon Musk, que se presentó con su simple persona, un magnate adornándose sin pudor de los asistentes, lo más granado del espectáculo, la cultura, la moda y, también, ¿por qué no? de esa vieja aristocracia neoyorkina. Mrs. Astor estaría fascinada y horrorizada entre tanto oropel y vanidad.

En España, en un evento más prosaico, Ignacio Galán, presidente de Iberdrola, ha llamado, entre risas propias y ajenas, tontos a quien están todavía en la tarifa regulada de la factura de la luz por más que para recibir el bono energético de ayudas se tenga, por obligación, que estar en esa tarifa regulada. Reírse de los pobres está mal y estoy seguro que ni Rockefeller ni Carnegie lo hicieron. Qué pena que tengamos los ricachos que nos merecemos y, a falta de una Mrs. Astor que se escandalice, no haya un verdadero sistema de redistribución de riqueza a través de impuestos que señale a los ciudadanos valiosos. A ver quién era, entonces, el que se iba a reír.

Compartir el artículo

stats