La Opinión de Murcia

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ESCARABAJAL, DIONISIO

Jodido pero contento

Dionisio Escarabajal

El chapucero ejército de Putin

"Además de fracasar en su objetivo de máximos, tampoco ya se ve viable, y mucho más después del hundimiento del Movska, que consigan otro objetivo mucho más apetecible: llegar al territorio de Transnitria"

ILUSTRACIÓN DE LEONARD BEARD

C omo le sucede a todo mentiroso compulsivo, los portavoces rusos están tan acostumbrados a mentir que niegan realidades que son evidentes a cualquier testigo imparcial. Negaron hasta el último minuto que iba a haber una invasión del ejército ruso en Ucrania, a pesar de las manifiestas evidencias, y ahora se empeñan en negar que han sido dos misiles ucranianos los que han hundido el buque insignia de la Armada rusa en el Mar Negro, el Moskva. La reiterada negación de la evidencia, corroborada finalmente por el Pentágono norteamericano, solo agranda la percepción del impacto que debe estar teniendo la pérdida del buque insignia en la moral del Ejército de Vladimir Putin. Porque, si algo ha quedado en evidencia en esta guerra que dura ya más de cincuenta días, es que el Ejército ruso está muy lejos de la imagen previa que se tenía de él, como un ejército altamente tecnificado y de gran efectividad en el campo de batalla. Probablemente los rusos mienten tanto y tan a menudo, que hasta ellos mismos se creen sus mentiras y, de paso, engañan a algunos analistas occidentales.

Es verdad que los rusos han demostrado ser altamente capaces de destruir edificios civiles y masacrar a ciudadanos indefensos. Eso lo hicieron muy bien en Chechenia, una república rusa con veleidades independentistas, y en Siria, arrasando Aleppo y otras ciudades que se oponían a los avances a la infantería de su socio, el dictador Bashar al-Ásad, mediante bombardeos sistemáticos. También fueron efectivos enfrentándose con tanques modernos a yihadistas desarrapados armados solo con rifles y pistolas, pero ahora se ha demostrado que son absolutamente incapaces de enfrentarse a un ejército que sabe cómo utilizar armas antitanques, o los drones de baratillo turcos y, a pesar de que no cuentan con las mismas armas pesadas que sus enemigos rusos, saben desenvolverse en una ambiente bélico mucho más sofisticado que la desgraciada población siria o las pandillas de fanáticos jihadistas.

Todo el mundo occidental esperaba, y se temía, que la invasión rusa iba a ser un blitzkrieg, una guerra relámpago en la que la capital Kiev caería en pocos días y el presidente de la nación huiría en un helicóptero norteamericano para disponerse a presidir un Gobierno en el exilio sin ninguna posibilidad de retorno, dejando a los rusos manos libres para instalar un Gobierno títere como el que existe actualmente en la Bielorrusia de Lukashenko. En concreto, se esperaba que la aviación rusa controlara el espacio aéreo ucraniano en las primeras horas del asalto y que se facilitaría el avance ordenado y rápido de los tanques rusos. En lugar de eso, la escasa aviación ucraniana se mantuvo operativa el suficiente tiempo para poner en evidencia la chapuza logística de las columnas de tanques rusos, atascados torpemente en las estrechas carreteras de acceso y a que los militares ucranianos armaran la defensa de Kyiv y lo que pudieron del anillo exterior de pequeñas poblaciones que rodean la capital. La suerte de Kyiv supuso desgraciadamente la mala suerte de Bucha y otras ciudades de la periferia, donde se está poniendo de manifiesto la cruenta venganza a costa de la vida de cientos de civiles masacrados por los militares rusos al ver frustrado su ‘paseo militar en tierras ucranianas’.

El fracaso de la invasión rusa de Ucrania es ya un dato contrastado, no una opinión. El Kremlin ha tenido que dar marcha atrás reduciendo sus objetivos a lo que siempre pareció inevitable: la conquista del Donbas y su conexión terrestre con Crimea, tomando así el control total del Mar de Azov. Pero, además de fracasar en su objetivo de máximos, tampoco ya se ve viable, y mucho más después del hundimiento del Movska, que consigan otro objetivo mucho más apetecible: llegar al territorio de Transnitria, el mini estado ruso arrancado a Moldavia, y cerrar el acceso al Mar Negro a los ucranianos, aunque sería más una rabieta que gran un logro estratégico, dado que Ucrania está llamada a integrarse en la UE y, por tanto, a tener expeditos los puertos europeos del Mar del Norte y el Mar Negro para sus exportaciones agrícolas a través de países integrados en el Mercado Común y en la Unión aduanera. Pero tanto han cambiado las expectativas occidentales acerca de esta guerra, que británicos y norteamericanos, sobre todo, han perdido cualquier atisbo de pudor a la hora de entregar armas sofisticadas a los ucranianos, en el firme convencimiento de que hay una posibilidad muy real de que el chapucero ejército ruso, centrado ahora en su ofensiva en el Donbas, acabe literalmente aplastado por los combatientes ucranianos.

La derrota rusa es a estas alturas tan posible, y hasta probable, que la principal preocupación del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, según manifestó recientemente, es que Putin se decida a usar armamento químico o nuclear invocando un peligro existencial para la integridad de la nación rusa. Las últimas denuncias de ataques ucranianos en territorio ruso pueden ir en esa dirección y, ante la constatación de una derrota en el Donbas de proporciones épicas, no habría que descartar un contrataque ruso a la desesperada utilizando armas nucleares de baja potencia para alterar la situación táctica sobre el terreno. Es la constatación de que Putin no se detendrá ante ningún obstáculo para conseguir los objetivos que él, en su paranoia, considere vitales, lo que impulsa la intención manifiesta de finlandeses y suecos de evaluar seriamente una próxima petición de ingreso en la OTAN.

Por lo que a Europa afecta más directamente, no hay que minimizar un daño colateral evidente que están teniendo los acontecimientos en Ucrania, que no es ni más ni menos que el hundimiento del prestigio ganado por los alemanes desde su ascenso como potencia económica y geopolítica tras la reunificación del país. La Alemania de las últimas décadas se empeñó en tender puentes con Rusia, un acercamiento que se ha demostrado extremadamente rentable para la economía alemana, pero egoísta y geopolíticamente suicida desde el punto de vista estratégico. Hasta tal punto, que la misma continuidad del proyecto europeo pende en este momento de un delgado hilo: la victoria o derrota de Emmanuel Macron en las elecciones presidenciales del próximo domingo. Si la victoria fuera de Marine Le Pen en el contexto actual, que Dios nos pille confesados.

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