La Opinión de Murcia

La Opinión de Murcia

Andrés Torres

Cartagena D.F.

Andrés Torres

La primavera que no llega

Foto de Iván Urquízar.

Me siento como el desaparecido y admirado Pau Donés cuando cantaba aquello de «hoy el mundo ha dao una vuelta, pero nadie me ha avisao», con un sentimiento extraño de que, por mucho que acabemos de estrenar la estación más florida y colorida del año, nuestro ánimo y nuestra vida se torna de un color gris o de ese tenue y suave naranja tan bello como tenebroso que nos ha mostrado el cielo hace unos días y al que ha sucedido una semana de lluvia constante como pocas veces se recuerda en nuestro privilegiado y habitualmente soleado rincón del sureste español.

El caso es que por más que luzca el sol, por más que broten las flores y que todo se llene de nueva vida y de color tiene uno la sensación de que el mundo se encuentra en una ‘primavera que no llega’, en un atasco mucho más molesto y prolongado que los provocados por los camioneros, que ven cómo el ‘pienso’ para sus vehículos se ha convertido más que nunca en oro negro. Que entre polvo africano, recibos sin techo y surtidores de gasoil con precios desorbitados no me extraña que nos asfixiemos todos.

Andamos inmersos en una especie de astenia primaveral global que dibuja un panorama descorazonador. Un mundo donde conviven nuestra preocupación por el IPC o por si se nos agota el aceite de girasol o la leche con la agonía de las madres que han sobrevivido a esos 109 niños que se calcula que han muerto en Ucrania desde que a Putin le dio por aniquilarla con sus bombas. Nada tiene que ver el ensordecedor claxon de los camiones que recorren estos días las vías principales de Cartagena, Murcia y todo el país con el terrorífico pitido de las sirenas que avisan de un inminente bombardeo y aún menos con el estruendo de las bombas.

Que llevamos unos años que no salimos de una desgracia para meternos en otra u otras. Que parece que nos va eso de vivir en un estado de tensión permanente con una espada de Damocles sobre nuestras cabezas y que amenaza a ese estado del bienestar en el que aún vivimos, aunque ya no sé si damos tan por hecho como antes que va a ser para siempre. Como tampoco sé si nuestra democracia funciona cuando nuestros representantes hacen oídos sordos a los pitidos de auxilio del sector primario o cuando nuestro mandamás hace y deshace sin contar con nadie y, lo peor, sin dar ninguna explicación al respecto hasta una semana después del desatino.

Que debe ser que no teníamos bastantes tensiones ni había mejor momento para calentar las complicadas relaciones con nuestros vecinos del norte de África. Al final, entre catástrofes naturales, pandemias y las desgracias que nos buscamos nosotros mismos no ganamos para sustos y nuestros niños crecen en una sociedad tensionada, histérica e histriónica, atemorizada y en una incertidumbre que parece no tener fin. Menos mal que se adaptan a todo y siguen llenando con su alegría todo lo que les rodea y hasta se integran en un colegio nuevo tras dejar atrás una guerra y un padre que no puede huir con ellos del terror.

Solo nos faltaba que se tragaran la tierra y casi ocurre en la carretera de La Azohía, donde la misma agua para todos que nos da la vida es capaz de derribar un muro y destrozar una calzada, por la que, afortunadamente, no pasaba nadie en ese momento.

Al final el cielo escampará, el sol brillará mañana, la ciencia se impondrá a las pandemias y la historia pondrá a cada uno en su sitio. Solo espero que todo sea cuanto antes y que algún día de estos podamos dar la bienvenida a la primavera como Dios manda. Porque como sigamos en este eterno invierno, que ni me avisen cuando el mundo gire, que lo paren, que yo me bajo. Aunque puestos a darle vueltas al mundo, tenía que haber aprovechado la escala del Juan Sebastián Elcano para colarme como polizón y dejar tanto despropósito en tierra para perderme y disfrutar de la inmensidad del océano.

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