La Opinión de Murcia

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Elena Pajares

Mamá está que se sale

Elena Pajares

'Un milagro surrealista', por Elena Pajares

Enseguida se corre la voz de que Elena ha acogido en su casa a este grupo de madres, lo que provoca una ola de solidaridad en forma de tuppers con comida, ropa y útiles de limpieza y aseo

Un grupo de madres jóvenes sale de Ucrania huyendo de la guerra. Son varias hermanas, de entre veinte y treinta años, cargadas con sus hijos, varios de ellos bebés. En el ánimo de salir de allí como fuese, enlazan trenes, con autobuses y con cualquier medio de transporte que les consiga sacar de Ucrania. ¿Adónde ir? Habían dejado a sus padres, maridos y hermanos en Ucrania, ellas viajan solas y buscan un lugar a salvo donde pasar estos días, hasta que termine la guerra. En Murcia vive una conocida, así que deciden dirigirse hacia aquí. ¿Español? Katya, una de las niñas, lo habla un poco. Suficiente para tratar de llegar hasta aquí.

Además de a los varones de sus familias, han dejado sus trabajos, sus colegios y sus vidas. Tan normales como las nuestras. En su caso, venir huyendo de la guerra, no es sinónimo de ser pobre, ni refugiado sirio o saharaui. Parte del shock de estas personas es que les han arrebatado su vida, esa que daban por segura y normal. Como la nuestra.

Tras una semana de viaje con todas las precariedades del mundo, consiguen llegar a Murcia. Su aspecto habitual, el de jóvenes profesionales de clase media-alta, no tiene nada que ver con el que presentan ese sábado por la noche al llegar a Murcia, después de seis días de viaje a través de Europa. Solas, con los niños llorando, sin comida ni útiles de aseo, cuando por fin llegan a la dirección de la asociación que supuestamente se iba a hacer cargo de ellas, se la encuentran con las puertas cerradas, porque no abren hasta el lunes. Su única esperanza es una furgoneta que les va a enviar no sé quién. No pueden más y empiezan a llorar.

Quiso la casualidad que por allí pasara Elena Sánchez Griñán y viera a la comitiva en ese momento de desesperación. A través de Katya, que a sus trece años ejerce de traductora del grupo, y con el traductor de google, consiguen medio entenderse. Y aunque Elena alucina al ver el panorama, el hecho de verlas desvalidas, jóvenes, con niños pequeños, sin un sitio adónde ir, y sin conocer la ciudad ni el idioma, se las lleva a su casa. Más todavía cuando le dicen que están esperando que alguien las recoja en una furgoneta, sin saber muy bien qué iban a hacer con ellas. Elena no se lo piensa, y las acoge. 

Acoplar de golpe a diez personas en tu casa no es tarea fácil. Sólo la tarea de ponerse a repartir dormitorios y hacer camas les tiene ocupadas hasta las tres de la mañana. Mientras tanto, ollas de macarrones, lavadoras con la ropa de todos estos días, toallas para las duchas y baños de los niños y madres. Ellas sólo quieren comer algo y ducharse.

Enseguida se corre la voz de que Elena ha acogido en su casa a este grupo de madres, lo que provoca una ola de solidaridad en forma de tuppers con comida, ropa y útiles de limpieza y aseo. Todo lo que pueden necesitar en un momento de urgencia como éste. Es increíble el despliegue de solidaridad que la guerra en Ucrania ha despertado en nosotros.

Allí pasan una semana, lo justo para situarse, hablar con la trabajadora social y empezar a dar pasos. Ya se han instalado en otro lugar destinado a refugiados, pero el gesto de Elena al recogerles en su casa les ha unido para siempre.

Ahora les queda terminar los trámites en la asociación, y hacer las gestiones para instalarse. No dan crédito a tenerse que quedar aquí una temporada, ellas quieren volver a su vida, pero esa es otra guerra que tendrán que librar ellas solas. Ojalá que tengan suerte y que la guerra termine. A ser posible, con final feliz.

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