Al principio la realidad virtual nos hacía gracia, ahora nos provoca terror. Si son ciertos los datos que dicen que las tasas de depresión y suicidios entre los jóvenes se han disparado, se trata de la realidad más estremecedora de nuestro tiempo. Cuando llegó la tecnología digital fue recibida con esperanza, se la veía como la solución a muchos de nuestros problemas. No quisimos ver sus peligros, preferimos celebrarla como un nuevo prodigio y creer, o fingir que creíamos, que estaríamos más conectados porque habíamos vencido la distancia y el tiempo. La bendita conexión, hasta la palabra tenía trampa, aunque su vinculación al nuevo mundo tecnificado no admitía dudas. No pensamos en nuestros hijos. Reconozco que yo no he protegido lo suficiente a mis hijas de Facebook/Instagram. Fuimos unos irresponsables. Ahora ya es tarde.

Nosotros, los de antes, podemos abandonar, admitir que hay cosas de la contemporaneidad que ya no vamos a comprender, y volver a nuestro mundo, o lo que quede él. Ellos, los jóvenes, no podrán porque no tienen ningún sitio al que volver, solo pueden mirar hacia delante y la realidad a la que se encaminan es terrible. Eso en el caso de que exista. Porque esa es la tragedia, la destrucción de la realidad. Ya hay científicos y filósofos que sostienen que nuestro mundo no es más que una creación informática ideada por una civilización superior. Puede parecer un delirio de pensadores con afán de provocar, pero aunque no sea necesario buscar un creador más allá de las estrellas, la hipótesis de la simulación, la suplantación de la realidad por un videojuego ultrasofisticado, sí me parece una descripción realista de este mundo contemporáneo dominado por la tecnología y las multinacionales enfermas de metaverso. Es la culminación de la pesadilla de Baudrillard, el filósofo del vacío que ya en los ochenta advertía de esta destrucción de la realidad como la fatalidad del cambio de siglo, el crimen perfecto: sin criminal, sin motivo, sin huellas. Su último libro, escrito ya en el nuevo milenio, se titulaba ¿Por qué todo no ha desaparecido aún? Era cuestión de tiempo, pues este es un proceso que dura siglos. Empezó con la destrucción del alma del mundo, siguió con la destrucción del mundo físico y culminará con la desaparición de los seres que habitan el mundo. Primero anestesiamos el mundo y ahora su silencio nos aterra, lo mismo que los lamentos de los jóvenes, a quienes hemos empujado a vivir en un mundo inconsistente a fuerza de transparencia y velocidad.

Dominado por una tecnología neurótica el mundo se desmorona. Todo se desvanece. Y si el mundo está muerto difícilmente podrá insuflar vida en los individuos. Los jóvenes, sumergidos en la falsa realidad de las máquinas, lo perciben. Por eso se sienten atrapados en la ansiedad, el miedo y la desconfianza. Y si a un joven le quitas la confianza en que cualquier cosa es posible, le has robado la juventud porque le has dejado sin futuro.