Sofía, que es muy lista e instruida y, además, cocina de maravilla, me invitó la otra noche a cenar para anunciarme frente a unas patatas panaderas y un solomillo en su justo punto la fecha exacta del fin del mundo: el 6 de mayo del año que acabamos de comenzar con el Ómicron jodiéndonos la vida, a las 8:46 de la mañana hora peninsular, el asteroide 2009 JF1 se estampará contra la Tierra y pondrá fin a todas nuestras agonías.

A pesar de que la NASA no ha dicho ni mu, en Google han desmontado el bulo y ya se sabe que los 13 metros de diámetro de la roca en cuestión pasarán de largo sin provocarnos ni siquiera un rasguño, mi amiga sigue convencida del inminente apocalipsis y yo, que la quiero tanto y le sigo el juego desde que éramos niñas, he accedido en los pocos meses que se supone nos quedan de vida a bebernos juntas hasta el agua del Nilo. Y para que no se diga, hemos comenzado la cuenta atrás con una botella de 3000 años, un exquisito vino de Bullas, el primero de una estudiada y consensuada lista que hará más llevadera nuestra mundanal despedida.

Del 2009 JF1 nos libramos seguro, por mucho que se empeñen Sofía y la panda de agoreros que inundan a diario las redes sociales con mensajes catastrofistas; también del 7482, otro asteroide que acaba de pasar a unos 1,9 millones de kilómetros, lo más cerca de nosotros de lo que lo hará en los próximos dos siglos. A DiCaprio y su cometa destructor de planetas, ni caso, es solo una película, por cierto, ¿les gustó? A mí me pareció una birria; además, los americanos tienen claro que ningún asteroide conocido presenta un riesgo significativo de impacto con la Tierra durante el próximo siglo, así que moriré de vieja o hastiada de tanta ineptitud y sinvergonzonería política, pero seguro que no por el choque frente a mis narices de un cuerpo menor del sistema solar de dimensiones inferiores a 1.000 kilómetros de diámetro y que frecuentemente gira alrededor del Sol entre las órbitas de Marte y Júpiter.

Lo de hacer planes para este verano con la que está cayendo lo considero batalla perdida aunque me conformaría con conducir hasta Galicia para escapar del sofocante calor murciano entre hortensias y lluvia. La NASA juega en otras ligas y para agosto tiene previsto un viaje de mayor presupuesto y recorrido: 2,4 millones de kilómetros desde el Centro Espacial Kennedy en Florida hasta llegar en 2026 al Psyche 16 en busca de la tierra prometida y de los metales que guarda este asteroide, capaces de salvar nuestra maltrecha economía y por valor de 10.000 cuatrillones de dólares norteamericanos. Sí, no me equivoco, esta es la cifra.

Una vez tuve un novio astrónomo, Santiago se llamaba, que me enseñó a mirar hacia arriba cuando más enredada andaba entre banalidades terrenales que no llevan a ningún sitio. Con el telescopio de la universidad para la que trabajaba por primera vez vi los anillos de Saturno y el momento fue tan romántico que le pedí que se casara conmigo. Matrimonio no hubo, pero sí muchas observaciones de estrellas y un panel gigante en la pared de su despacho que me ayudó a comprender la verdadera dimensión humana en la creación divina y que traigo a mi memoria cada vez que necesito recordar que no somos tan importantes ni tan imprescindibles.