Cuentan que allá por los años 40 en una población del Norte apasionada por el deporte del frontón existía una familia de cordeleros con taller artesano ubicado en el caso antiguo y famoso por la fabricación de pelotas para jugar en la especialidad de ‘a mano’.

Fallecido el patriarca, los dos sobrinos que habían trabajado y aprendido con él se enzarzaron en un áspero litigio sobre quién debía quedarse con el negocio. Tras la disputa, el consabido perdedor pasó a abrir la competencia en la acera de enfrente, apenas a unos pasos, para colgar en la puerta un cartel que decía: tengo mejores pelotas que mi primo. Se pueden imaginar la repercusión de aquella doble interpretación por parte de las conciencias menos ingenuas. Más, en una pequeña ciudad de provincias.

Viene esto al hilo del ‘primo’ Djokovic, por dedicarse a un deporte de bolas como el tenis y por querer demostrar que por la suyas se puede imponer su capricho de doblegar la norma de todo un país.

El soberbio serbio ha hecho sentir a los ciudadanos, los que le aclaman o le aplauden sus victorias en la cancha, que existen dos realidades paralelas: la que viven los afamados, poderosos y acaudalados que es moldeable a sus costumbres y conveniencias, y la que padece el puebloeso que los políticos llaman ciudadanía), encajonada en infinidad de leyes y reglamentos que hay que observar al pie de la letra si no se quiere ser reprendido y multado.

Hay quien se ha escandalizado por las muestras de afecto y seguidismo de quienes ven a Novak convertido en un mártir (ortodoxo más que católico, imagino) y un bastión del nacionalismo balcánico de la otrora Gran Serbia. Y, por supuesto, un héroe para el egoísta e ignorante movimiento antivacunas.

Cuando sobre buena parte del planeta sigue cabalgando la pandemia gente como Djokovic no puede pretender doblar el brazo de un juez o un gobernante que aplica las reglas sin distinciones.

El serbio no se ha salido con la suya y ahora ve cómo se le complica la participación en otros torneos. Quizás hasta la continuidad de unos patrocinadores que le reportan anualmente 27 millones de euros y que puede que no quieran ver sus marcas ligadas a un deportista que pone en tela de juicio valores conectados con el espíritu de la competición como la solidaridad o el bien de equipo por encima del individualismo.

Ahora veremos si las mejores pelotas siguen siendo las suyas.