M e gusta esta palabra. Me gustan muchas palabras, y no encuentro la ocasión para utilizarlas. Con clamor, me pasa. Ni encuentro la ocasión ni la ocasión me lo permite. Así lo he pensado esta mañana al abrir el balcón para medir la temperatura exterior. No había clamor alguno. No, no me estoy equivocando. He dicho que no había clamor, no que no hacía calor. Aunque frío tampoco. La mañana ha despertado en silencio. No se oye nada y así llevamos ya un tiempo. He agudizado el oído, he puesto a trabajar la imaginación y, al final de este ejercicio he conseguido sacar de entre las entrañas de la ausencia de sonido un clamor insonoro. A veces no es necesario gritar, ni tan siquiera expresarse, para lanzar un clamor. Todo está mate, me he dicho; todo está apagado y sin brillo, me he repetido. Estamos cansados de ser empujados a una situación que no se amolda a nuestras imperiosas ganas de estar vivos, de sentir, de disfrutar, de respirar sin miedo. Lo peor no es andar disfrazados de zorros y usar la picaresca como zorras para arañar segundos de libertad; lo peor es no saber hacia dónde vamos. No hay clamor.